Rubén Darío Vega (que nada tiene que ver, ni comparancia, con el de Margarita, está
linda la mar) es diputado de Vox por la provincia de Santa Cruz de Tenerife. Su
última hazaña política ha consistido en haber calificado a Pablo Iglesias, uno
de los vicepresidentes del Gobierno de España, de la manera que yo titulo el
presente comentario. Bueno, el ha dicho hediondo, porque a pesar de llevar casi
cuarenta años viviendo en estos peñascos (nuestro hombre es asturiano), aún no
se le ha pegado la aspiración de la hache, aspecto con el que los canarios
ponemos más énfasis en determinadas palabras. Vamos, que hacemos hablar a la
muda sin mayores complicaciones.
He tenido la fortuna de compartir trabajo con varios
asturianos. Algunos echaron raíces a la sombra del Teide y por aquí continúan.
Como presumo de conocer su bonhomía, seguro que se han avergonzado de la
actitud del cargo público de marras. Porque, a lo peor, podríamos darle la
vuelta a la tortilla y aplicarle la medicina recetada. Ya puestos.
En algún medio de comunicación leo que sus manifestaciones
no han gustado a más de un militante de la formación de ultraderecha. Pero
estoy convencido de que habrá otros –uno bien cercano– que habrán agarrado el
teléfono para transmitirle la más cordial felicitación por el exabrupto e
indicarle que se quedó corto con el comunista. ¿O es que, acaso, en (in)cierto
bodrio audiovisual no se han escuchado barbaridades mayores? Peccata minuta podría considerarse el
desliz del don Pelayo de turno ante los embates marineros (ranilleros) que la
cohorte de tertulianos… Ya está.
Estos individuos, que aluden siempre en sus intervenciones a
la moral, el honor, y rectitud (honradez, integridad), sublimes principios por
la que debería guiarse la sociedad española (ay, si gobernaran, todo tiesitos
como una vela) son, en el fondo, el espíritu de la contradicción. Como Abascal
cuando se le llena la boca hablando del trabajo y no ha dado en su vida (ni en
bajada) un palo al agua, sino siempre ordeñando la teta pública.
El tal Rubén Darío, allá por 2012 fue sancionado por la
Consejería de Educación (siendo profesor del Instituto de Formación Profesional
Marítimo Pesquero) a la suspensión de empleo y sueldo durante tres años. Y es
que nuestro ejemplar ciudadano compaginó dicho quehacer docente con el
ejercicio de actividad privada en una empresa (era socio, apoderado y
administrador) dedicada a la acuicultura y, qué casualidad, había firmado un
convenio de colaboración para que sus propios alumnos se formaran en ella. Todo
ello sin haber solicitado la compatibilidad pertinente, hecho que la sentencia
del Tribunal Superior de Justicia de Canarias, con la que concluye el largo
proceso judicial entablado, consideraba no factible, por lo que la sanción no
solo estaba ajustada a derecho, sino que la veía benévola dado el tiempo que
concilió ambas actividades.
Estos son los mimbres de sujetos tales. Un día mueren
envenenados al morderse la lengua. Pero debemos reconocer que su discurso –a
pesar de que su integridad no corre paralela con la prédica desplegada– sigue
calando en un sector de la población que vive de nostalgias y se deja embaucar
con cantos de sirena. Que manifiestan un odio visceral a todo cuanto suponga
merma en la hegemonía del macho ibérico y que sajarían por lo sano con tanta mojigatería
en esta sociedad necesitada de hombres de pelo en pecho y no esta farsa de…
No creen en esta democracia, pero bien que se aprovechan de
ella. Aunque sería muy preocupante el incremento electoral, espero y confío que
sigan siendo la excepción. Quien lleva unos años más de andadura en el sistema
actual, echa la vista atrás y… se sacude la cabeza y se le pasa enseguida.
Me quedo, en suma, con el Darío que cantara a Campoamor con
aquello de: Este del cabello cano, como la piel del armiño…
Lo dicho, sean felices y a disfrutar. Y cuídense de sujetos
de dudosa calaña.
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