jueves, 10 de septiembre de 2020

¿Sigo eliminando?

A este paso me voy a quedar más solo que la una. Pero como el refrán sostiene que más vale así que mal acompañado, lo mismo me lío la manta a la cabeza un día de estos y al igual que me di de baja en Twitter, terminaré también por arrancar la caña de Facebook. Porque la paciencia tiene un límite y comprobar cómo exalumnos cuestionan la llegada de pateras cargadas de negros que huyen de mil penurias y están dispuestos a dejar la vida en mitad del océano, te deja muy en fuera de juego. Te sientes hasta culpable, o, como mínimo, responsable, de que sean capaces de lucir palmito en eventos religiosos y a renglón seguido te espeten aquello de yo no soy racista pero… Maldito pero con el que se pretende justificar lo que es xenofobia pura y dura.

Cuando uno vislumbra estas derivas –es tema de conversación en esas reuniones (la del vaso de vino) de jubilados que hacemos repaso del tránsito por aulas y pasillos– reflexiona muy profundamente acerca de qué hicimos mal en la larga etapa docente. Porque, a buen seguro, esas no fueron conductas que fomentamos. Ni creo firmemente que se reproduzcan en la actualidad durante el transcurso de clase alguna. Pues si de algo presumimos los maestros es el de ser consejeros, ayudantes, cuidadores, fisioterapeutas, sanitarios... ¿Lo han mamado en casa? Me cuesta creerlo.

Pero es que, además, la ligereza con que plasmamos pareceres en las redes sociales ya alcanza el paroxismo más exacerbado. Con lo fácil que es contar hasta diez, al menos. Y después, si te apetece, lánzate a la piscina, pero comprueba primero si tiene altura suficiente de agua. Cabe preguntarse, por enésima, si hay que cargar tintas en bodrios televisivos que nadan en la inmundicia y se sienten a sus anchas.

Meses atrás mi cuenta de Facebook contaba con unos miles de ‘amigos’. Y un buen día medité con la almohada y me dije que muchos no eran tales. Ni siquiera podían englobarse en el capítulo de los conocidos. Y comenzó la selección. Debieron ser muchas las ocasiones en que la acción de eliminar se hizo presente –labor que fue cortada de raíz por los mandamases de la compañía de origen estadounidense, tan puritanos para nimiedades y tan cortos de vista para otros menesteres mucho más peligrosos que este de intentar quedarte con los de verdad– y me bloquearon. Como no hubo manera de que se produjera la restitución, cuenta nueva. En la que el cedazo o filtro trabaja a destajo. Ahora voy por trescientos. Y comienzo, otra vez, a arrepentirme.

¿A ti no te molesta enormemente el que a tu comentario de que viste un conejo blanco, verbigracia, el tercero que se alonga a plasmar su opinión ya haya vislumbrado una vaca de color negro a punto de ser violada por un cangrejo del río Amazonas? Puede que sean los años y uno se vuelva antipático. Mas no aguanto tanta imbecilidad. Porque no puedo calificar estas actitudes de otra manera.

Pero volvamos a las pateras y cayucos. Que vienen de ese continente esquilmado por Europa (¿fue ajena España?) desde siempre. Buscan trabajo en la tierra de promisión. Como hicimos los canarios en los años difíciles de la posguerra en América. Y como siguen haciéndolo los jóvenes suficientemente preparados en otros países, fundamentalmente en la Unión Europea. Por eso siento rabia contenida ante tanta insensatez cuando recalan esos “negros de mierda” que vienen a quitarnos el trabajo y los alojan en hoteles de cinco estrellas. Así no vendrán jamás turistas a esos recintos a bañarse en la piscina donde los africanos dejaron sus murras (manchas de suciedad en la piel). Que la Guardia Civil los devuelva a la mar océana, como hacen con el marisco incautado. Vayamos por todos los centros de acogida y arrojemos un buen puñado de piedras a esos impresentables…

No, no es broma. Se escucha y se lee en más de un foro. Alguno de los comentaristas cumple con el precepto dominical de la santa misa apostólica y romana. Y se da unos golpes en el pecho que no  veas. E invoca cada tres por dos a ese ser todopoderoso que todo lo ve y juzga (menos la miseria y la explotación), omnipresente (aunque con unas ausencias demasiado notorias y palpables)…

No, no quiero seguir. Falsos, fariseos e hipócritas. ¿Sigo eliminando?

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