lunes, 21 de septiembre de 2020

Afrodita A

Como llevo unos días importantes de curro doméstico –pinturas o adecentamiento en general, y la pensión no me da para contratar a profesionales (¿no querías una casa grande?, fastídiate)– este domingo (ayer) me acordé de la susodicha cuando al inicio de cierto informativo de televisión observo que los presentadores –me imagino que a la señal del regidor (personificación del realizador en el plató)– se quitan las mascarillas. Y como no acabo de entender la boutade, lo primero que se me ocurrió decir: “mascarillas fuera”.

Claro, y el recuerdo acudió nítido. Afrodita A era la compañera de Mazinger Z, operada (o dirigida, conducida, manejada, como prefieran) por Sayaka Yumi, ayudante, pues fue construida inicialmente como robot de carga, de Koji Kabuto, quien, a su vez, era el protagonista de la serie japonesa y conductor del primer robot gigante tripulado, precursores que fueron del denominado género mecha.

Con apariencia de una joven de 18 años y llamativo color fucsia, con cara, tórax y extremidades anaranjados, cabeza roja y ojos amarillos, destacaba, no obstante, por sus dos poderosas armas (misiles) en cierta parte de su anatomía, de manera que cuando entraba en combate con otras bestias mecánicas recurría al “pechos fuera”.

Ante las reiteradas quejas de Koji (Mazinger Z) por su lentitud y bajo nivel de potencia, tras las múltiples reparaciones (siempre quedaba como pura chatarra en cada combate; luego llegaba el fulano y arreglaba el entuerto), el doctor Hell la destruye en el episodio 74 y es reemplazada por Diana A. La pobre no fue capaz de sobrevivir ni contando con esas dos vigorosas razones. Pero nos tuvo entretenidos durante una época.

Los tiempos han cambiado y ahora disponemos de una oferta mucho más amplia. Cuando mis nietos se ponen a ver sus pasatiempos preferidos en las tabletas, te juro que no me entero de nada. La sofisticación ha alcanzado cotas inimaginables y como uno quedó anclado en un pasado no muy lejano cronológicamente, pero sí en el mundo de la digitalización, a duras penas renquea ante el ordenador cada día.

Por ello agradezco el gesto de las mascarillas. A pesar de reconocerlo como una solemne estupidez, al menos tiene la virtud de que me hagan rememorar pasajes de años idos. Y en la actualidad me conformo con ver las etapas del Tour de Francia. Con imágenes aéreas que te ponen los dientes largos ante la inmensidad de paisajes y lugares de Los Alpes, verbigracia. O de la odisea de Tadej Pogacar el pasado sábado en una subida prodigiosa a la Planche des Belles Filles y erigiéndose, a sus 21 años, en todo un referente en el mundo del ciclismo.

Y ya que he hecho mención a los telediarios –aunque deban perdonarme el maremágnum– los brotes de positivos por Covid19 en Canarias siguen siendo altamente preocupantes. Pues la irresponsabilidad genera un caos de consecuencias imprevisibles. Diera la impresión de que cada uno de nosotros necesita un policía a su lado a modo de ángel custodio. Algo completamente inviable. Por lo que o tomamos conciencia de que nos jugamos mucho en este envite del bicho, o los lamentos no serán suficientes para levantarnos de la tremenda crisis. Como los ayuntamientos, además, se encuentran con plantillas muy reducidas y los agentes no pueden abarcar todos los ángulos de la complicadísima problemática, se debe acudir permanentemente al voluntariado para que supla incluso funciones para las que no están habilitados, con el consiguiente peligro de que una desgracia sobrevenida acarree otros peligros no previstos.

Para todos esos niñatos que se creen muy machotes a los que nunca les va a pasar nada, ni siquiera contagios, me gustaría contar con la presencia de Afrodita A para que les lanzara un pecho a modo de aviso, guardando el otro por si se ponen farrucos. Lo malo es que, y vuelvo a la tele, lo mismo son asiduos a programas en los que los intervinientes (tertulianos) constituyen un ejemplo a imitar sentándose cuatro en un espacio de dos metros longitudinales. No sé si valdrá el recurso de animar las farolas que MD puso en la entrada al pueblo por Los Barros. Indagaré.

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