viernes, 4 de septiembre de 2020

Quousque tandem

Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? ¿Hasta cuando, Catilina, has de abusar de nuestra paciencia?, díjole Cicerón a Lucio Sergio Catilina en la primera oración de la Primera Catilinaria (las Catilinarias fueron los cuatro discursos de Cicerón en el Senado al susodicho revoltoso, tras descubrir, y reprimir la conjura…). Ve a la Wikipedia, como yo, y te darás cuenta de que incendiarios (no solo Nerón) ha habido desde siempre.

Hace hoy un siglo, se publicó en Gaceta de Tenerife (diario católico de información), 4 de septiembre de 1920 (sábado), página 1, bajo el título “Quousque tandem…”:

“Anoche, cuando el tranvía descendente de las ocho, llegaba a la calle de Imeldo Serís, se cayó el trole, produciendo el consiguiente susto a los pasajeros, la natural indignación en el público pacífico y el doloroso augurio en nuestro ánimo de que tales incidentes, y aun mayores, seguirán ocurriendo mientras de una manera decidida y enérgica no se corrija la proverbial desidia que preside nuestra acción ciudadana.

Pero es tal nuestra apatía, en la que debe influir de seguro el clima, porque de otra suerte no se explicaría, que presenciamos todo el dolor de nuestro vencimiento urbano con este abulismo tan canario y tan homicida, sin que nuestras protestas familiares tengan más importancia que una conversación de comadres, que nadie atiende y todos desprecian.

Esta es la resultante de nuestro abandono que no obliga a este servicio público, como a otros, a corregirse y a mejorarse, ya que si el material, por sus largos años de servicio, se estropea no hay para él reposición ni para el público consecuencia.

Mucho tiempo hace que está planteada esta cuestión capitalísima de nuestras reducidas e incompletas comunicaciones internas sin que hayan tenido, tengan, ni hayan de tener, de seguir, solución favorable. Seguiremos como hasta aquí lamentándonos en familia del intolerable estado de esos tranvías viejos y desvencijados, a los que, como viejas disfrazadas de niños, se les ha pintado exteriormente, sin que esa nueva calidad de anuncios movibles, a veces, las más, inmovibles, les haya rejuvenecido, como no pudo aniñar el disfraz a una vieja loca, de espíritu gastado y de cuerpo marchito.

Cuantas veces por razón de una corriente, que no corre, nos han tenido esos tranvías más de dos horas en el trayecto a La Laguna, sin que la protesta haya sido más que una sumisa protesta personal y hasta indiferente. Reciente está en nuestra memoria la actitud, no de las autoridades, que ya sabemos como las gastan, sino la de un pueblo enérgico y consecuente ante la inconsecuencia de una Sociedad explotadora de un servicio de comunicaciones interurbanas.

Esto no es aliento y un ejemplo a seguir, que es legendario nuestro abulismo, sino un ruego a las autoridades que no lo son si no velan por la seguridad ciudadana y por el buen concierto de nuestros servicios públicos”.

Cuántas concomitancias con lo que acontece 100 años después, ¿no? Paciencia y ¿hasta cuándo? ¡Ah!, y recordar que el 1 de los corrientes se cumplieron 86 años del asalto al mentado tranvía en la curva de Gracia.

Y como nos dio por la mecanización, en El Progreso (Diario republicano autonomista), página 1, también del 4 de septiembre de 1920, esta sentida queja acerca de las locuras al volante. Quién lo diría. Se titulaba: Los automóviles. Del tenor literal siguiente:

“A pesar de cuantos bandos, edictos, arengas, proclamas y alocuciones se han hecho público, los automóviles andan desbocados por todos sitios de esta capital, aún por las vías más céntricas, estrechas y transitadas. No despanzurran a diario a diez o veinte personas, porque en cuanto vemos uno,  poco nos falta para subirnos a un balcón o encerrarnos en un portal y echar llave y tranca. Es, no decimos vértigo, el delirio de la velocidad. Y las autoridades tan alegres y confiadas.
 
¿No saben leer números los agentes de todas las autoridades?

Ayer tarde, uno de esos chauffeurs atacados de aquel delirio, a poco atropella a un ciudadano en el cruce de las calles del Castillo y Suárez Guerra, junto al pretil de la acera de la casa del Banco de España. El automóvil tocó débilmente al transeunte, que echó mano rápidamente al bolsillo trasero y sacó un arma, no disparándola, por temor seguramente, a herir al pasajero que iba en el vehículo. Es este un mal método contra los motoristas desmandados, porque puede dar lugar a que pague el pato un inocente; pero la pasividad de las autoridades va a dar lugar a que sea el único apropiado, pues una bala corre más que un carruaje cualquiera.

Y esperemos los acontecimientos, porque lo que es las determinaciones de las autoridades…”.

Interesante, ¿no? Para tratarse de cien años atrás, ¿mejoramos?

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