Se elevan ya voces en Lanzarote de cuánta presión pueden
soportar ciertas zonas, de cuál es el tope de visitantes de un lugar para que
este no se degrade. Se alude, concretamente, a La Graciosa y Papagayo. ¿Cuántos
visitantes pueden llegar a Caleta de Sebo sin que aquel escaso y frágil territorio
no se hunda en las profundidades oceánicas? Se va a echar a perder. ¿Lo
recuerdas de hace unos días, no? Dicho por una vecina de allá, no por mí.
Estamos tan acostumbrados a medir éxitos por afluencias que
no dudamos en sostener que Canarias puede alcanzar en un futuro no tan lejano
el redondo número de veinte millones de turistas. Y nos quedamos tan anchos. ¿Pero
existe capacidad para resistir esta carga? Es lo de menos. Ni se cuestiona ni
entra en plan alguno.
Aclaro, antes de continuar, que la fotografía fue también,
como ayer, ‘robada’ de Diario de Avisos. No se quejarán de que les vengo
haciendo publicidad gratuita.
Se aprueban leyes de Protección de Espacios Naturales. Que
está muy bien, es indudable. Pero nos olvidamos, o se dilata demasiado, la
redacción de los respectivos planes de uso y gestión. Y si por un casual ya se
elaboró la norma que rija el desarrollo del sitio a preservar, no se ejecuta
por la más nimia traba, o por excusas peregrinas, o por ocultos intereses.
Centrémonos en nuestro Teide. Cuyo acceso en teleférico
constituye un goteo permanente. ¿Podrá su cono seguir sufriendo la erosión
descontrolada de tanto excursionista? Claro que es un potencial turístico a
explotar. Pero hagámoslo de manera racional. Y sentemos las bases para otro tipo
de visitas. Encaminadas a quienes comprenden y respetan el mundo de la
vulcanología, de aquellos enamorados del mundo de cráteres, erupciones y lavas
y no de quienes la conservación de estos lugares emblemáticos se les importa un
comino. Si quieres denominarlo turismo selecto, hazlo. Yo prefiero mentarlo
como curioso, interesado, versado, respetuoso. Y así, por extensión, si me
apuras, con el resto de Las Cañadas y con tantos ejemplos de este mundo
apasionante en la diferentes islas. En el que la aventura es componente
constante. Junto a otros conceptos de suma trascendencia como la historia, la
geología, la geografía y otras tantas ramas del saber. Porque, ¿es normal que
las visitas a las Montañas del Fuego se midan, exclusivamente, por el número de
vehículos que acceden al Islote de Hilario, lo que se traduce en varias decenas
de miles de euros diarios?
O racionalizamos los recursos o el invento nos puede explotar
(nunca mejor expresado) en cualquier momento. Se nos va de las manos en el afán
de superar récords. Y cuando nos quedemos con tres palmos de narices, no
valdrán lamentos. Porque tiempo hemos tenido para regularizar situaciones. Pero
nos pierden las cuentas. Cuanto más, mejor. Y no, no pueden ser los números los
únicos componentes de la ecuación. Hay otras incógnitas a despejar. Corremos el
peligro de cargarnos la gallina. Y muerta esta, ¿con qué suplimos los huevos
perdidos?
¿Se acuerdan de que había que fomentar un turismo de alto
poder adquisitivo, un turismo selecto y orientado hacia los sectores que la
naturaleza nos brinda de manera tan generosa? Sí, algo más que sol y playa. Que
también, no vayamos a cortar por lo sano. Palabras, nunca hechos.
La Graciosa está en gravísimo peligro. Me alegro de que
algunos conejeros ya tomen conciencia de la situación. Creo que César no hubiese
permitido estos excesos. Y Lobos va en camino. A lo mejor –y no me cuelguen–
sería bueno que otros destinos turísticos (Norte de África, por ejemplo)
volvieran a la normalidad para que en Canarias aterrizáramos, pusiéramos los
pies en el suelo.
Mañana acaba agosto. Pero quedan días de verano.
Aprovéchenlos. Pero con cabeza. Y cuidemos nuestro entorno. Nos va la vida en
ello.
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