Algo, o bastante, falla en la sociedad actual. Los
comportamientos ciudadanos dejan mucho que desear. Dudo que la racionalidad que
se nos atribuye surta los efectos que en buena lógica deberíamos demandarle.
Porque son tantos los hechos que muestran conductas inadecuadas, que se imponen
terapias urgentes. Es más, tras la visión de cualquier documental que trate la
vida animal en su estado más primigenio, la visita al psiquiatra se antoja
requisito indispensable. El deterioro neuronal es más que evidente.
Tomo la fotografía del alcalde realejero con la que el
ayuntamiento ilustra la información que nos da fe del inicio de los trámites pertinentes
para adoptar medidas que pongan freno a los desafueros que se vienen cometiendo
en el Parque de San Agustín, situado en la zona de El Puente, y en el que se ubica
la Sala de Estudios Rafael Yanes. La otra fotografía nos retrata cómo era el
lugar citado hace cinco o seis décadas. Y allá, al fondo, La Gorvorana, desde
donde venía un servidor caminando hasta el Colegio San Agustín.
Define el diccionario el término civismo como el
comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública.
Y en una época en la que el analfabetismo ha quedado felizmente erradicado y en
la que, afortunadamente, el acceso a la educación y cultura no encuentra las
trabas que las diferencias sociales marcaban décadas atrás, tendremos que
realizar más de un examen de conciencia ante la avalancha de tropelías en los
espacios públicos.
Se anuncian vallados. Y me surgen las dudas. Porque los
ejemplos de muros existentes por esos mundos de ahí afuera, no son,
precisamente, modelos a seguir. Y no es menester irnos a Israel o a Estados
Unidos. También en Ceuta y Melilla encontramos frenos con cuchillas. Como en
algunos terrenos de estas islas donde aún es posible contemplar golletes de
botella en la parte superior de paredes o bordas de estanques.
Estas trabas, estos elementos disuasorios, no siempre surten
el efecto deseado. Más bien invitan al salto. Cuando indicamos al pequeño “eso
no se toca”, ya intuimos las consecuencias. Lo vedado atrae, aun en el mundo
adulto. Junto al cartel de prohibido arrojar escombros, es normal contemplar
buen montón de desechos.
Alude el alcalde a cámaras de vigilancia y presencia
policial. Es en este último apartado donde más discrepo. Porque bien sabe que
la dotación de la plantilla actual es mucho más que insuficiente. Ahora que
presumimos de superávit, bien se haría en establecer un listado de prioridades.
Lo malo es que se recurrió a crear un puesto, el del señor Marrón, que cercenó
la posibilidad de aumentar el número de agentes. Muchos de ellos con edad para
no muchos trotes –algunos son viejos (sin connotaciones) amigos desde la década
de los ochenta del pasado siglo– y, lo que es peor, se han detraído miembros
para el gabinete particular del jefe de seguridad y emergencias.
De tal guisa, señor Domínguez, harto complicado lo veo. Y no
bastarán las quejas ciudadanas en las redes sociales. Máxime cuando a usted solo
le gustan para aplausos y palmaditas en la espalda, pues duda de su utilidad
cuando los comentarios nos son laudatorios. Yo lo vi con mis propios ojos, se chiva
con frecuencia. Pero nos quedamos ahí. Nuestra cometido acaba en la búsqueda de
culpables externos. Y al final viene a resultar que nadie arroja basuras, nadie
fuma, nadie pasea animales, nadie estropea el mobiliario urbano… Y todos
exigimos agentes de la autoridad en cada esquina.
Es un debate complicado. Porque todos tenemos la razón. Y
bajarnos del burro cuesta ímprobos esfuerzos. Y en estos espejos se ha contemplado
la juventud. Los reflejos sociales, los calcos, las imitaciones han devenido en
situaciones de total descontrol. Los padres dejaron de serlo y se convirtieron
en coleguitas de los hijos. Y el principio de autoridad se fue para el carajo.
Se trastocaron los papeles en el reparto y cada cual se convirtió en actor no
sujeto a dirección alguna. Nada digo del rol de los maestros puesto que,
desarmados ante el cúmulo de circunstancias adversas, capean el temporal como
mejor el olfato les da a entender.
Pero se antoja fundamental que Los Realejos disponga de un plantel
policial acorde con su población, la dispersión de sus núcleos y la cantidad de
infraestructuras disponibles. Y esa sí es misión del equipo de gobierno. Menos
asesores y “cargos digitales” y más agentes. Sobran, también, concejales
liberados. Los supuestos trabajos que realizan, y que son objeto de pertinaz
propaganda a través de inundar Internet y medios de comunicación tradicionales,
pueden ser perfectamente dirigidos por los técnicos competentes en la materia.
El político en ese menester sobra. Que luzca palmito en sus horas libres. El
cargo debe suponer sacrificio y entrega. Salvo los (y las) modelos
profesionales, pocas profesiones conozco en las que se cobre por salir en la
foto.
El amigo Segundo Sacramento, cargo relevante en el área de
protección civil portuense, está cansado de denunciar el uso indebido del
columpio adaptado para niños con minusvalía de la Plaza del Charco. En el
Parque de la Magnolia han ubicado otro. Me temo, señor Domínguez, que no deberá
pasar mucho tiempo para que los mozalbetes (que no tienen padres) lo tomen como
otro elemento de distracción y disfrute, cuando no de tropelías y excesos. ¿Mal
agüero? Qué va, lo que está a la vista no merita espejuelos.
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