Salí ayer lunes, a eso de las nueve y media –que decía mi
madre–, dispuesto a caminar unos kilómetros, porque el fin de semana, entre
comidas y gandulismo, el único ejercicio consistió en hacer un seguimiento al
congreso extraordinario del Partido Popular. Que concluyó, según ya saben, en
clonar a Ciudadanos. De parecidos y reminiscencias aznarianas no pienso decir
ni pío. Los que votaron por Soraya han salido en tromba a felicitar al ganador
por si acaso se muevan sillas.
Aparqué el fotingo en El Castillo, pues en el trayecto –toda
la travesía de Los Barros– ni un maldito espacio en el que colar el Hyundai. No sé si sabes
que no hace falta ir siempre por la autovía de La Higuerita, sino que hay un
sendero por detrás (costado sur), paralelo a la TF-5, que te lleva al campo de
fútbol del Vera. Ignoro si aquellos terrenos pertenecen a los dueños de la
finca de platanera o fueron expropiados cuando se construyó la autopista. Iba a
proponer al ayuntamiento que lo acondicionara algo, pero viendo cómo pasan los
años y no se amplía el callejón de Los Cuartos, mejor me quedo callado.
Mientras sorteaba hierbas, pensaba que ojalá no lloviese
nunca de manera torrencial. Y es que si algún temporal se atravesase por los
contornos, me temo que el barranquillo pueda dar más de un disgusto. También a
la altura de la antigua finca de Los Molleros, donde hoy cruza la Avenida
Matías de Gálvez y Gallardo. Te aclaro, que ya me fijé en la cara que pusiste.
Es la variante del barrio Toscal-Longuera. La que parte desde El Bosque hasta
la depuradora de Punta Brava. Que recibe el nombre de quien fuera administrador
de la Hacienda de la Gorvorana en el siglo XVIII (1757 a 1778).
Luego me acordé, mientras contemplaba el total estado de
abandono de los alrededores de La Higuerita, en la parte más cercana a la
Montaña de los Frailes, de la clausura de la XXIII edición del Festival de
Folclore de la Villa de Ingenio. Debió ser un coche que pasó con música de Los
Gofiones. Y rememoré por un instante el más cercano de Arautápala. Que
cumpliría este 2018 su XVII edición, si el alcalde de La Orotava, don Francisco
Linares, hubiese puesto un poco más de empeño. Y como tampoco los grupos
organizadores, los perdomeros Higa y Magec, en la actualidad dirigidos por la
misma persona, Juan Pablo Pérez López, alzaron demasiado la voz (máxime cuando
Eduardo Rodríguez accedió al puesto de concejal y bien pudo empujar un
fisquito), se murió, me parece, para siempre jamás. Porque la excusa de la
crisis fue coartada perfecta para cargarse muchas iniciativas, sin que, como contrapartida,
los organismos públicos predicasen con el ejemplo reduciendo, verbigracia, el
número de liberados y cargos de confianza que se mueven a su alrededor.
Entre pitos y flautas, atravesando extensos territorios
invadidos por el rabo de gato, ye me encuentro en el Polígono de San Jerónimo.
Extasiado ante las maravillosas fuentes (una de ellas, según el propio promotor
Ambrosio Jiménez, costó la friolera de un millón de euros) y el increíble
espectáculo de agua y luz. Qué preciosidad… contemplar aquellas tuberías
oxidadas en total estado de abandono que sonrojan a cualquier bicho viviente,
excepto a los miembros de la corporación.
Hay tres bancos en la acera frente al Miniño, en San
Nicolás. El del medio es asunto mío. Ahí ha salido más de una décima en los
breves minutos para el descanso antes de coger el camino de regreso, que es,
normalmente, por Las Arenas y La Vera.
Si cuando bajo a Tucán (centro médico) me tropezase con las
calles en perfectas condiciones –ni siquiera las que rodean el hotel Botánico–,
colegiría que se abandonó la periferia por atenciones primordiales en la zona
turística. Pero el gozo en un pozo. Por el Barranco de Tafuriaste (¿te acuerdas
de los siete ojos y el badén?), pena, penita, pena. Suciedad, abandono,
vegetación descontrolada, vertidos de alguna industria… Los que compren en el
Lidl, que no miran en derredor. Y los que vayan al gimnasio, que no respiren.
¿Cómo? Ve tú.
En La Vera, tiempo atrás, ponía la Primitiva, pero Internet
me hizo cambiar de opinión. Como quien
no quiere la cosa ya estoy en La Cooperativa. Si yo estuviese dando clase en el
IES María Pérez Trujillo propondría la implantación de la siguiente optativa:
Ornato y rabo de gato. Hay unos solares en sus inmediaciones que están
preciosos, con una floración que da gusto verla. Así como el existente entre La
Carajita (arepera) y las casas donde antiguamente se hallaba el molino, frente
a donde desemboca Las Quinteras, según subes de La Dehesa.
Habrás observado que ya estoy finalizando el pateo. Y es en
este espacio donde te tropiezas con más conocidos, porque desde El Ramal de La
Vera hasta El Castillo se ha convertido en una de las avenidas del colesterol
más transitadas. Los de La Guagua lo deben estar pasando mal, pues ya no hay
sino varias motos en el circuito. Y muy de vez en cuando, el camión.
Un último atractivo: los patos en uno de los estanques de
una finca. Con un cartel llamando sinvergüenzas a los que rompen la malla para
echarles de comer o sacar fotografías. Modelo de cómo saltarse todas las normas
ortográficas, pero que tras tres o cuatro intentos ha cumplido a la perfección
su cometido. Como aquel que puso el propietario del chiringuito que estaba
antes del túnel de San Vicente con el siguiente reclamo: Hay gisantes y gambas. Hasta que un cliente
le dijo que iba con u. Y lo cambió por: Hay guisantes y guambas. Fíjate, si pasas, en las piñas de plátanos que crecen hacia
el borde. Las palmípedas no las dejan madurar.
En la rotonda, por la que han entrado coches a porrillo, hoy
–o ayer– no estaba el que se pone a leer el periódico en el centro de la misma
sentado en una piedra. A lo peor cogió miedo.
Ya llegué. Gracias por la compañía.
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