martes, 24 de julio de 2018

Paseo mañanero

Salí ayer lunes, a eso de las nueve y media –que decía mi madre–, dispuesto a caminar unos kilómetros, porque el fin de semana, entre comidas y gandulismo, el único ejercicio consistió en hacer un seguimiento al congreso extraordinario del Partido Popular. Que concluyó, según ya saben, en clonar a Ciudadanos. De parecidos y reminiscencias aznarianas no pienso decir ni pío. Los que votaron por Soraya han salido en tromba a felicitar al ganador por si acaso se muevan sillas.
Aparqué el fotingo en El Castillo, pues en el trayecto –toda la travesía de Los Barros– ni un maldito espacio  en el que colar el Hyundai. No sé si sabes que no hace falta ir siempre por la autovía de La Higuerita, sino que hay un sendero por detrás (costado sur), paralelo a la TF-5, que te lleva al campo de fútbol del Vera. Ignoro si aquellos terrenos pertenecen a los dueños de la finca de platanera o fueron expropiados cuando se construyó la autopista. Iba a proponer al ayuntamiento que lo acondicionara algo, pero viendo cómo pasan los años y no se amplía el callejón de Los Cuartos, mejor me quedo callado.
Mientras sorteaba hierbas, pensaba que ojalá no lloviese nunca de manera torrencial. Y es que si algún temporal se atravesase por los contornos, me temo que el barranquillo pueda dar más de un disgusto. También a la altura de la antigua finca de Los Molleros, donde hoy cruza la Avenida Matías de Gálvez y Gallardo. Te aclaro, que ya me fijé en la cara que pusiste. Es la variante del barrio Toscal-Longuera. La que parte desde El Bosque hasta la depuradora de Punta Brava. Que recibe el nombre de quien fuera administrador de la Hacienda de la Gorvorana en el siglo XVIII (1757 a 1778).
Luego me acordé, mientras contemplaba el total estado de abandono de los alrededores de La Higuerita, en la parte más cercana a la Montaña de los Frailes, de la clausura de la XXIII edición del Festival de Folclore de la Villa de Ingenio. Debió ser un coche que pasó con música de Los Gofiones. Y rememoré por un instante el más cercano de Arautápala. Que cumpliría este 2018 su XVII edición, si el alcalde de La Orotava, don Francisco Linares, hubiese puesto un poco más de empeño. Y como tampoco los grupos organizadores, los perdomeros Higa y Magec, en la actualidad dirigidos por la misma persona, Juan Pablo Pérez López, alzaron demasiado la voz (máxime cuando Eduardo Rodríguez accedió al puesto de concejal y bien pudo empujar un fisquito), se murió, me parece, para siempre jamás. Porque la excusa de la crisis fue coartada perfecta para cargarse muchas iniciativas, sin que, como contrapartida, los organismos públicos predicasen con el ejemplo reduciendo, verbigracia, el número de liberados y cargos de confianza que se mueven a su alrededor.
Entre pitos y flautas, atravesando extensos territorios invadidos por el rabo de gato, ye me encuentro en el Polígono de San Jerónimo. Extasiado ante las maravillosas fuentes (una de ellas, según el propio promotor Ambrosio Jiménez, costó la friolera de un millón de euros) y el increíble espectáculo de agua y luz. Qué preciosidad… contemplar aquellas tuberías oxidadas en total estado de abandono que sonrojan a cualquier bicho viviente, excepto a los miembros de la corporación.
Hay tres bancos en la acera frente al Miniño, en San Nicolás. El del medio es asunto mío. Ahí ha salido más de una décima en los breves minutos para el descanso antes de coger el camino de regreso, que es, normalmente, por Las Arenas y La Vera.
Si cuando bajo a Tucán (centro médico) me tropezase con las calles en perfectas condiciones –ni siquiera las que rodean el hotel Botánico–, colegiría que se abandonó la periferia por atenciones primordiales en la zona turística. Pero el gozo en un pozo. Por el Barranco de Tafuriaste (¿te acuerdas de los siete ojos y el badén?), pena, penita, pena. Suciedad, abandono, vegetación descontrolada, vertidos de alguna industria… Los que compren en el Lidl, que no miran en derredor. Y los que vayan al gimnasio, que no respiren. ¿Cómo? Ve tú.
En La Vera, tiempo atrás, ponía la Primitiva, pero Internet me hizo cambiar de opinión.  Como quien no quiere la cosa ya estoy en La Cooperativa. Si yo estuviese dando clase en el IES María Pérez Trujillo propondría la implantación de la siguiente optativa: Ornato y rabo de gato. Hay unos solares en sus inmediaciones que están preciosos, con una floración que da gusto verla. Así como el existente entre La Carajita (arepera) y las casas donde antiguamente se hallaba el molino, frente a donde desemboca Las Quinteras, según subes de La Dehesa.
Habrás observado que ya estoy finalizando el pateo. Y es en este espacio donde te tropiezas con más conocidos, porque desde El Ramal de La Vera hasta El Castillo se ha convertido en una de las avenidas del colesterol más transitadas. Los de La Guagua lo deben estar pasando mal, pues ya no hay sino varias motos en el circuito. Y muy de vez en cuando, el camión.
Un último atractivo: los patos en uno de los estanques de una finca. Con un cartel llamando sinvergüenzas a los que rompen la malla para echarles de comer o sacar fotografías. Modelo de cómo saltarse todas las normas ortográficas, pero que tras tres o cuatro intentos ha cumplido a la perfección su cometido. Como aquel que puso el propietario del chiringuito que estaba antes del túnel de San Vicente con el siguiente reclamo: Hay gisantes y gambas. Hasta que un cliente le dijo que iba con u. Y lo cambió por: Hay guisantes y guambas. Fíjate, si pasas, en las piñas de plátanos que crecen hacia el borde. Las palmípedas no las dejan madurar.
En la rotonda, por la que han entrado coches a porrillo, hoy –o ayer– no estaba el que se pone a leer el periódico en el centro de la misma sentado en una piedra. A lo peor cogió miedo.
Ya llegué. Gracias por la compañía.

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