No atraviesa el periodismo impreso sus mejores momentos. El
notable descenso en el reparto de la tarta publicitaria, de una parte, y la comodidad
que nos brindan otras alternativas a través de las nuevas tecnologías, conducen
a un final, aún no escrito, cargado de incertidumbre. Me temo que el soporte
papel se encuentre en estado agonizante. Mientras la venta de libros se
mantiene, siquiera por la nostalgia de lectores tradicionales, los periódicos
languidecen.
Se jacta en sus editoriales El Día (rotativo en el que uno
colaboró durante bastantes años, y en dos etapas diferentes, siempre bajo el
lema que ahora me vale para este blog, Desde La Corona, con bastantes centenares
de artículos) de consolidarse en el liderazgo de lectores según el Estudio
General de Medios (EGM). Y establece las pertinentes comparaciones con el resto
de publicaciones de las islas. Hecho que posibilita el que “los anunciantes
sigan apostando por publicitarse en sus páginas”.
Saben mis estimados lectores –algunos más de los que me
leían en la época que Internet no me brindaba estas posibilidades– que en esta
vida cada cual se consuela como mejor crea conveniente. Sobre todo si somos
capaces de solo ver la cara de la moneda que nos interesa. Como hace El Día.
Que empezó a ponerse enfermo en los tiempos en que su propietario, más que su
director, don José Rodríguez, se embarcó en una travesía de confrontación con la isla de Gran Canaria, lo que le posibilitó la concesión de muchos
honores en Nivaria (también en mi pueblo, para que luego la descendencia haya
condenado al ostracismo a varios colaboradores), a la par que el declive de compradores
en el kiosco de la esquina se hizo más que patente.
La nueva capitana de la nave, su hija Mercedes, sufre las
consecuencias de aquellas guerras intestinas. Y la tripulación ha comenzado a
amotinarse. Por lo que me cuentan ya van dos meses sin percibir la soldada. De
bien poco vale el supuesto éxito de sus 139.000 lectores diarios (28.000 más
que La Provincia, 42.000 más que Canarias7, 60.000 más que Diario de Avisos y
103.000 más que La Opinión).
Si convulsos fueron los años que le correspondió vivir a
Leoncio Rodríguez (ay, si levantara la cabeza), no lo son menos los actuales. Y
aunque se ha barnizado el pleito con Gran Canaria, los efectos colaterales
siguen pagando servidumbres. El lastre acumulado ha escorado peligrosamente la
embarcación. Algo que ni el sentimiento chicha
parece servir para que surjan nuevas condiciones de reflotamiento. Deserciones
ya las ha habido. Y seguirán, intuyo. Para la competencia, que no se halla en
el escenario de echar voladores, pero aún abona los sueldos. Que no es poco, ni
moco de pavo.
¿Es el comienzo del fin? Puede. O de cambio en la propiedad.
Algo más que portadas (indecentes), como la que ilustra este post de hoy, sería
menester para un cambio de rumbo. Los lectores de ahora mismo ya no somos los borregos
de años idos. Se masca la soledad. Las circunstancias sobrepasan las
capacidades de la cúpula directiva. Y esa enfermedad requiere terapias
drásticas. Mucho más que un lavado con jabón de betadine. O amputan o se gangrena.
Y es una pena. Pero la realidad es tozuda. A lo peor no tanto como una línea
editorial errante en la que se fueron sembrado demasiados vientos. Ahora,
incluso sin las influencias del cambio climático, se recogen tempestades.
Cuidado con las trombas.
¿Sentencia de muerte? Chi
lo sa.
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