La Consejería de Educación del Gobierno de Canarias ampliará
este próximo curso su proyecto de libros de texto gratuitos hasta Bachillerato
y Formación Profesional. Será ya el tercero en vigor de este plan que, según
palabras de la consejera, pretende que nadie deje de estudiar por motivos
económicos. Se establece un tope en la renta familiar de 15.975 euros. De ahí
para arriba, rico.
Como comenzaré el décimo curso, el 2018-2019, que me
encuentro en el feliz estado de la jubilación, me pierdo en la amplia casuística
que se teje en el entorno del que fue mi campo de acción cuando uno era más
joven. Ignoro, por lo tanto, cómo es en la actualidad la política de becas,
porque me deja en treinta y tres las declaraciones de la señora consejera con
esa coletilla de razones económicas como traba a la continuación de los
estudios tras la etapa obligatoria. Ya que si esta fuese la adecuada, entiendo
no sería necesario vender a bombo y platillo la gratuidad de los libros de texto
en los estadios educativos antes reseñados.
En los últimos cursos de mi estancia activa en el IES Mencey
Bencomo ejercí de secretario. Por lo que tuve la responsabilidad de coordinar
otra campaña relacionada con este particular que hoy nos concita. Y que no era
otra que poner en práctica lo que la Asociación de Madres y Padres de la
entonces Agrupación Escolar Mixta Toscal-Longuera, allá por los finales de la
década de los setenta del pasado siglo (ha llovido, han salido canas y, parece,
que no hemos adelantado gran cosa en tareas de ahorro, cuidado del material y
solidaridad entre las familias). En aquel entonces, un colectivo entusiasta
(las actas y memorias de aquellos años deberán constar en los documentos
correspondientes) fue capaz de entregar a cada alumno no solo los consabidos
libros sino todo el resto de material necesario durante todo el curso:
cuadernos, bolígrafos, lápices, gomas, diccionarios… Y el sistema funcionó
durante mucho tiempo. Era otra época, en la que dedicar horas a nobles causas
no se sujetaba a dictados ni se medía por sueldos y contrapartidas. Y se
educaron generaciones de alumnos cuidadosos, respetuosos, generosos, atentos…
Dicen que luego cambió la sociedad. Y que los chicos de
ahora no son como los de antes. Qué fácil es buscar excusas. Cuando la realidad
demuestra que hemos sido los adultos los culpables de los desaguisados
posteriores. Porque el alumno se limita a imitar. Y los espejos en los que
empezó a mirarse venían con fallos de fábrica. Así nos ha ido en las permutas
habidas. Basta con echar una visual a eso llamado política.
Recurrir a los ejemplos que circulan por Internet
relacionados con los comportamientos en clases, con las actitudes de los
progenitores en sus relaciones con el profesorado, con la protección desmedida
y tantos otros aspectos no valdrá para nada. Los conflictos de hoy son la
consecuencia de no haber sido capaces de atajar achaques de un ayer no tan
lejano. Cuando se entendió, incluso por parte de los adultos, que el respeto y
la autoridad eran conceptos decimonónicos, comenzó el derrumbe del edificio.
Aquellos que rigieron destinos y tuvieron la responsabilidad
de legislar o de dictar normas se dejaron llevar por temores en la pérdida de
cuotas de poder (fuga de votos), obviaron algo tan simple como el sentido común
y se dejaron arrastrar por la vorágine. Por si fuera poco, en cada legislatura,
multitud de cambios. Y siempre, a peor la mejoría.
¿Qué hemos conseguido? Que la cultura del esfuerzo haya
quedado sepultada. Me temo que desenterrarla va a costar mucho. Espero y deseo
que esos libros de texto gratuitos queden en los centros para ser utilizados,
en calidad de préstamo, al menos cuatro cursos. Como hicimos hace cuatro
décadas y con tan buenos resultados. Porque si son para tirar al curso
siguiente, será muy extensa la lista de los que siguen contribuyendo al
deterioro. Si hoy es evidente, mañana…
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