jueves, 12 de julio de 2018

Valsartán

Se armó buena días pasados con este antihipertensivo. Que un servidor viene tomando desde que el cardiólogo me lo recetó cuando después de jubilado me vine a dar cuenta de que la tensión arterial la tenía algo elevada. Y se lo achaqué a que uno ahora, en este feliz estado jubiloso, se desahoga menos. Antes, en activo, había motivos para uno liberar cargas negativas. Pero en la actualidad, estando mi mujer y yo solos en casa, y ya no está el ánimo como para echar voladores, debe ser que se acumulan e interiorizan los enfados que agarro cuando leo la prensa y como el ordenador no es capaz de asumir mis descargas emocionales, ahí voy remendado con los diovanes.
Este fármaco fue originalmente lanzado al mercado por Novartis en los años noventa del pasado siglo. Pero una década después, motivado quizás por el abuso en los precios, hacen acto de presencia los genéricos. Y los que nos venía a costar, por ejemplo, veinte euros, fue sustituido por otro de idéntica composición (mismo principio activo), y fabricado en China, cuyo importe no sobrepasaba un puñado de céntimos. Fuimos muy felices con el cambio, pero no nos percatamos de la posible metralla que metíamos en el organismo. En este campo y en otros tantos relacionados con la alimentación en general.
Este mundo se sustenta en el negocio puro y duro. Nos venden productos cuyo principal cometido debe ser el de mantenernos en perfecto estado de salud cuando en realidad nos están matando sin darnos cuenta. Las luchas intestinas de las multinacionales se pasan por el forro todos los códigos éticos  y lanzan al mercado toneladas de medicamentos sin los debidos controles. Y todo esto en un sector que debería ser adalid de las buenas prácticas.
Tras la alarma, casi calma absoluta. Las noticias se solapan y de China nos fuimos a Tailandia. Y cuando sacamos de la cueva a los muchachos –con invitaciones por doquier sin mayor mención especial a los rescatadores– paramos un momento en Turín para dar la bienvenida a un tal Cristiano, y del Valsartán, ni jumo ni pelo, que diría cualquier antepasado nuestro.
Uno se pregunta para qué tanta alarma social si las que ya se haya tomado el enfermo no podrán ser regurgitadas. Y los lotes defectuosos detectados serán retirados de la circulación por orden expresa de las autoridades sanitarias. Salvo que también se compren los comprimidos en cualquier mercadillo de pueblo.
Ahí pueden ver la ilustración de uno de los que yo tomo. Envase que fue adquirido después de la avalancha (des)informativa. Y en el día que pasé por la farmacia había otro cliente, o paciente, en similar situación a la mía. Que, afortunadamente, entendió la noticia de manera semejante a lo que yo había entendido y que nos corroboraron los empleados del establecimiento. Pero tú imagínate cómo demonios sacamos del embrollo a personas bastantes mayores, para los que los informativos de la tele son palabra de Dios, y que acuden en estado de confusión bastante patente. Me imagino los incrementos en las visitas médicas en esos días.
Por cierto, y hago el inciso, ¿no has estado esperando en la consulta, llega un señor encorbatado, maletín en ristre, y entra antes que tú? Da que pensar, ¿no? Y no aparentaba el hombre estar delicado.
Nada me extrañaría que mucho hayan tenido que ver los laboratorios en este asunto. Porque la pela es la pela. Y aunque se trate de una cuestión que juega con nuestra salud, es tal el trasfondo económico que entran en liza otros factores. Y pasamos a ser los afectados meros números en un mosaico preñado de intereses millonarios. Unan al desaguisado ciertos titulares periodísticos, que en nada concordaban con el meollo informativo, y queda servido el cóctel.
El dicho nos señala que lo barato siempre acaba por salir caro. O valga asimismo aquel del que deja el camino por un atajo. Ocurre en este mundo farmacéutico y en otras modalidades comerciales de vestimenta, calzado, productos alimenticios y amplio etcétera. La búsqueda de mano de obra barata sigue abriendo brechas. Y en medio, el sufrido consumidor. Que arrostrará las consecuencias de las batallas productivas. Para bien, en pocas ocasiones, y para mal, o muy mal, en la inmensa mayoría.
 Hasta mañana. Y cuídense, que no se les disparate la tensión.

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