Se armó buena días pasados con este antihipertensivo. Que un
servidor viene tomando desde que el cardiólogo me lo recetó cuando después de jubilado
me vine a dar cuenta de que la tensión arterial la tenía algo elevada. Y se lo
achaqué a que uno ahora, en este feliz estado jubiloso, se desahoga menos.
Antes, en activo, había motivos para uno liberar cargas negativas. Pero en la
actualidad, estando mi mujer y yo solos en casa, y ya no está el ánimo como
para echar voladores, debe ser que se acumulan e interiorizan los enfados que
agarro cuando leo la prensa y como el ordenador no es capaz de asumir mis
descargas emocionales, ahí voy remendado con los diovanes.
Este fármaco fue originalmente lanzado al mercado por Novartis
en los años noventa del pasado siglo. Pero una década después, motivado quizás
por el abuso en los precios, hacen acto de presencia los genéricos. Y los que
nos venía a costar, por ejemplo, veinte euros, fue sustituido por otro de idéntica
composición (mismo principio activo), y fabricado en China, cuyo importe no
sobrepasaba un puñado de céntimos. Fuimos muy felices con el cambio, pero no
nos percatamos de la posible metralla que metíamos en el organismo. En este
campo y en otros tantos relacionados con la alimentación en general.
Este mundo se sustenta en el negocio puro y duro. Nos venden
productos cuyo principal cometido debe ser el de mantenernos en perfecto estado
de salud cuando en realidad nos están matando sin darnos cuenta. Las luchas
intestinas de las multinacionales se pasan por el forro todos los códigos
éticos y lanzan al mercado toneladas de
medicamentos sin los debidos controles. Y todo esto en un sector que debería
ser adalid de las buenas prácticas.
Tras la alarma, casi calma absoluta. Las noticias se solapan
y de China nos fuimos a Tailandia. Y cuando sacamos de la cueva a los muchachos
–con invitaciones por doquier sin mayor mención especial a los rescatadores–
paramos un momento en Turín para dar la bienvenida a un tal Cristiano, y del
Valsartán, ni jumo ni pelo, que diría
cualquier antepasado nuestro.
Uno se pregunta para qué tanta alarma social si las que ya
se haya tomado el enfermo no podrán ser regurgitadas. Y los lotes defectuosos
detectados serán retirados de la circulación por orden expresa de las
autoridades sanitarias. Salvo que también se compren los comprimidos en
cualquier mercadillo de pueblo.
Ahí pueden ver la ilustración de uno de los que yo tomo.
Envase que fue adquirido después de la avalancha (des)informativa. Y en el día
que pasé por la farmacia había otro cliente, o paciente, en similar situación a
la mía. Que, afortunadamente, entendió la noticia de manera semejante a lo que
yo había entendido y que nos corroboraron los empleados del establecimiento.
Pero tú imagínate cómo demonios sacamos del embrollo a personas bastantes
mayores, para los que los informativos de la tele son palabra de Dios, y que
acuden en estado de confusión bastante patente. Me imagino los incrementos en
las visitas médicas en esos días.
Por cierto, y hago el inciso, ¿no has estado esperando en la
consulta, llega un señor encorbatado, maletín en ristre, y entra antes que tú?
Da que pensar, ¿no? Y no aparentaba el hombre estar delicado.
Nada me extrañaría que mucho hayan tenido que ver los
laboratorios en este asunto. Porque la pela es la pela. Y aunque se trate de
una cuestión que juega con nuestra salud, es tal el trasfondo económico que
entran en liza otros factores. Y pasamos a ser los afectados meros números en
un mosaico preñado de intereses millonarios. Unan al desaguisado ciertos titulares periodísticos, que en nada concordaban con el meollo informativo, y queda servido el cóctel.
El dicho nos señala que lo barato siempre acaba por salir
caro. O valga asimismo aquel del que deja el camino por un atajo. Ocurre en
este mundo farmacéutico y en otras modalidades comerciales de vestimenta,
calzado, productos alimenticios y amplio etcétera. La búsqueda de mano de obra
barata sigue abriendo brechas. Y en medio, el sufrido consumidor. Que
arrostrará las consecuencias de las batallas productivas. Para bien, en pocas
ocasiones, y para mal, o muy mal, en la inmensa mayoría.
Hasta mañana. Y
cuídense, que no se les disparate la tensión.
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