martes, 31 de julio de 2018

Manuel Domínguez nos estafa

Y para justificar el título debemos seguir la táctica de alguno de sus acérrimos defensores a la hora de vilipendiar al adversario con la coletilla de políticamente hablando. En mi caso, escribiendo. Apostilla que debe valer para todo. Mucho más en los supuestos en los que cualquier pregunta o asunto que se plantee siempre derivará en la misma dirección, a saber, la que interese para poner en solfa todo aquello que se mueva en otra trayectoria que no haya sido la que previamente dictó la superioridad. Estamos en ello podría ser la versión más suave del amplísimo repertorio. Aunque ya en alguna sesión plenaria se atisba más de un sesgo autoritario en quienes eran tremendamente modositos no ha tanto.
Como ya me cansé de mirar el Boletín Oficial de la Provincia, pues solo recoge los anuncios de las delegaciones del cargo de alcalde en los supuestos que la ausencia supere un tiempo prudencial, te adjunto una ilustración gráfica con una mínima muestra de los paseos del señor Domínguez. Como me siento en la obligación de recordar a los realejeros que cada fin de mes ingresamos en su cuenta corriente unos buenos cuantos miles de euros, deberán conocer los abducidos que son tantas las horas que no cumple con lo estipulado en el contrato (remontarse a cierta sesión plenaria en junio de 2015), que en cualquier empresa ya habría motivos más que suficientes como para ponerlo de patitas en la calle. Seguro que en las de su propio entorno familiar no se permiten tantas veleidades.
Lo malo es que nuestro alcalde –eso sí, a tiempo muy parcial– creyéndose dotado de una impunidad absoluta, ya transita más las calles de otros pueblos que las del nuestro. Tanto que observarás en la foto de la presentación de las Fiestas del Carmen que no está ni se le espera. Y no busques detrás del cartel porque no lo vas a encontrar. Tal es la despreocupación por la gestión de los asuntos municipales –por los que bien percibe buena soldada; sí, te lo recordaré mil veces hasta que te despiertes, zorullo del carajo, que te roban y tú tan feliz– que ya ni un acto de tanta trascendencia para los que se declaran católicos practicantes –aunque vivan en pecado en la intimidad por mor de leyes que recurrieron a altas instancias judiciales– es motivo para suprimir alguna de las múltiples giras.
Como mi agnosticismo está cada vez más potenciado, te juro que ya olvidé cuales son las penitencias para quitar la mancha de los pecados mortales. Porque veniales no son las sajadas que don Manuel nos pega cada mes. Doble en los meses de junio y diciembre. Y como todavía queda una nutrida congregación, o cofradía, que entiende perdonadas las faltas –y nunca mejor dicho, o escrito– con unos besos a lo Judas, siento deseos incontrolados de aplaudirles vehementemente en la cara a ver si con tal medicina abandonan el estado catatónico. Latente, pues no se acompaña todavía de la excitación que marcan los cuadros médicos.
Creo vivir en un pueblo inteligente. Con gentes que presumimos de dos dedos de frente. Bueno, de uno y medio al menos. Y aunque el padrón municipal de habitantes nos sigue sorprendiendo con descensos, no hemos alcanzado aún líneas rojas como para tirarnos de los pelos. Pero me da cierto pavor con los que aguantamos aquí, porque este es nuestro pueblo y a él nos debemos. Temo que el grupo de gobierno esté echando en esos frascos pequeños algo más que el humo que nos venden como elixir del todo va bien y qué buenos somos. Ayer contemplé a un parapentista, de los que se lanzan en La Corona –y ahí lo tengo todo controlado–, cómo daba unos giros raros a la altura de El Lance. Y pensé si los posibles efluvios de las redomas provocaban algo más que amnesia temporal. Me preocupé, qué quieres que te diga. Pero, quizás, se les vire la tortilla. Y esos polvos mágicos deriven en contraindicaciones y comiencen a sacudirse ciertas modorras.
Pues sí, estimados, Manuel Domínguez nos estafa. Pero como ha vendido bien hasta la compra de un marrón, le perdonamos ausencias y deslices. Y permitimos, incluso, que no cumpla con sus obligaciones sin detraerle un céntimo. Igual que te pasa a ti en el trabajo. Como escuché hace poco: dejemos hacer a los profesionales. Le faltó añadir: lo que les dé la realísima gana.
Que mi alcalde aspira a más, salta a la vista. Que se arrima al sol que más calienta (por ahora Casado más que Santamaría), hemerotecas al canto. Y como el bilbaíno, y nacionalizado palmero, Asier Antona, ha sugerido a Pedro Sánchez que coja el Falcon para darse un volteo por las islas, pienso reunirme con unos cuantos realejeros para darnos un salto a la Avenida de Canarias y solicitar prestado cualquier vehículo oficial –a ser posible el de alcaldía– con el que recorrer el pueblo e ir anotando anomalías en las infraestructuras. Todas del pasado, por cierto, porque nuevas… Como Manolo, el ausente, no debe utilizarlo por razones obvias, qué menos que darle uso. Nos gastaremos en gasolina idéntico montante económico al que nos sisa el mandatario cada mes con sus garbeos partidarios. Es justo y necesario. Y es nuestro deber.
Ya está bien, alcalde, devuelve lo cobrado de más. Si al menos hubiésemos obtenido algún beneficio de tus rajadas. Menos mal que el PSOE actúa como cortafuego ante Carlos Alonso en el Cabildo y llegan millones al Realejo, porque si nos limitásemos a contemplar tus enfrentamientos, o cosas de chicos menudos, en las redes sociales, la Avenida de Canarias, por ejemplo, seguiría tan en standby como el proyecto de La Gorvorana. Pero de patrimonio hablaremos otro día. Cuando tú dispongas de tiempo, verbigracia.
Y tú, realejero, despierta, que la panza de burro te tiene anestesiado. ¿O es Manolo? Una buena erupción volcánica, con abundantes movimientos sísmicos previos, está haciendo falta. Amén.

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