viernes, 27 de julio de 2018

Y estaba allí

Ni dinosaurio ni Monterroso. Este relato es algo más largo. Y, consecuentemente, más pesado, menos atractivo. Aunque uno se arriesga, incluso en este verano que la panza de burro te aplasta. Atrevimiento en estado puro… A ver si te sorprendo.
Nací en la Casona de La Gorvorana, estrechamente ligada a tantos avatares históricos y a ilustres personajes. Mis padres eran medianeros en la finca del propietario de la Hacienda. Y te aclaro que aquellos medianeros no eran, como aclara el diccionario, los aparceros que iban a medias en cultivos, ganados o demás. Vivían, o mejor, malvivían en las casas dispersas entre las extensas plataneras. Y punto pelota. Si cogías un plátano maduro porque la tripa se revolvía, a la escondida por si acaso. Al menos tocó cobijarme en tres de ellas. Mis primeros recuerdos, la de El Bosque, hoy abandonada y que fue pasto de las llamas unos años atrás. Y luego en la casa grande, que así se mentaba, hasta que me casé. Antes lo hacía uno joven, y no era menester que tus padres empujaran para que arrancaras la caña.
Viví, luego, unos meses en La Dehesa. En la casa de doña Fina y don Sabas, en Las Quinteras. De las andanzas docentes y periodísticas de don Sabas Pérez Correa algo he escrito y mucho material existe para publicar a poco que te sumerjas en las hemerotecas. Relacionado, asimismo, con el Casino del barrio, que hoy intenta salir de un profundo bache. Si aquellos entusiastas levantaran la cabeza.
Cuando me destinaron a Hoya Fría para las prácticas milicianas (cuatro meses), otra salto a La Longuera, donde mis padres habían terminado de construir, a duras penas, una vivienda. Fecha a recordar: 28 de diciembre de 1973, que llegué a primeras horas de la tarde, tras mi última guardia cuartelera, y mi madre me indica que mi mujer estaba ya en la Maternidad del Puerto. Como creí que era una inocentada, primero almorcé y luego, cuando vi que la cosa iba en serio, salí disparado y llegué un fisco antes de que Pedro Luis Cobiella (ayer lo saludé en Bellevue) ayudara a traer al mundo a la primogénita.
Acabada la mili, enero de 1974, plaza en propiedad en la agrupación escolar de San Antonio, en La Orotava. Y hasta el 80, una de las cuatro casas de la escuela. Humedades por todas partes, pero no pagabas alquiler. De vez en cuando, tras múltiples lloronas en el ayuntamiento, un remiendo y a seguir bregando. Tantos eran los alumnos para solo cuatro aulas que debíamos desdoblar, cuatro maestros en la mañana y otros cuatro por la tarde. Ello me permitió compaginar con tareas de peón de albañil en un solar que habíamos comprado a medias con un cuñado. Años duros de arrimar el hombro. Y menos mal que el coche, un Fiat 128, aguantó el embrague para subir bloques y mezcla con una rondana. Chiquitos inventos.
Traslado a La Longuera y nueva mudanza. Casi tres décadas hasta que me asiento en mi actual domicilio en 2002. Y ya está bien de cambios. Porque cada uno de ellos, ya te puedes imaginar, suponía un trajín de no te menees. Ni empresas especializadas ni ocho cuartos. Un furgón, los coches familiares y a cargar cachivaches o bártulos (enseres, utensilios, ajuares y cantidad de trastos).
De vez en cuando –me imagino que a ti también te habrá pasado– toca limpieza. Que consiste en tirar a la basura infinidad de arritrancos (no me digas que no has escuchado este precioso vocablo), que un día guardaste por si, y resultó que no sirvieron para nada.
En la última estaba, cuando casi me caigo de culo. De entre aquel imponente desorden, un tocho con anillas, de unas noventa páginas, me dejó intrigado. Pensé que podían ser las memorias del tercer curso de Magisterio en San Benito (La Laguna), que habíamos bautizado como la Ciudad de la Niebla. Pero no, mi gozo en un agujero. La portada, ajada por el tiempo, y se intuye una tapa azulada, no me dio norte del contenido, así que no me quedó más remedio que acudir al índice y… pegué tan fuerte brinco que me di tremendo cabezazo con la lámpara y casi me cargo las bombillas led que me costaron un pastón. Pero no era para menos. No me preguntes el cómo ni el porqué, pero eran cuatro trabajos bajo una sola encuadernación –apenas veinte folios cada uno– que versaban de Derecho Autonómico y Local.
Me rasqué la coronilla, pues no recordaba de mi paso por el ayuntamiento que tuviese en casa recuerdos de tal guisa, aunque en los posteriores estudios de periodismo sí cursé una asignatura que… Volví a sacudirme y con el movimiento cayó una nota:
Estimado profesor: Dejo sobre la mesa de su despacho los trabajos encargados para la convalidación de las cuatro asignaturas restantes, según habíamos convenido. Quedo a su entera disposición para cuantas aclaraciones estime pertinentes. Suyo afectísimo, P.C.
 ¡Allí estaba! El TFM tan ansiado. ¿Raro? Es posible, aunque si un campeón de lanzamiento de pipas de aceituna (huesos, lo denominan en otros lares) puede ser secretario general, un rebenque de la platanera también está capacitado para ser el depositario de bien tan preciado. Qué extraño sortilegio obrose para este suceso. Me temo sea nuevo afer a resolver en una nueva edición de misterios del más allá.
Estuve toda la tarde llamando a la URJC y no me cogen el teléfono ni en Aranjuez, ni en Alcorcón, ni en Fuenlabrada, ni en Mósteles, ni… Ya lo he dejado. No me preocupa. Presumo de tener contacto con las altas esferas a través de un intermediario de postín. Aguantaré unos días para mantener la emoción. Un servidor ve la posibilidad de jugar también a dos bandas. Mas no debo levantar la liebre so pena de convertirme en personaje mediático, o muy popular. Guárdenme el secreto.

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