Tanto por el luctuoso suceso de ayer en La Orotava, cuanto
por el tratamiento informativo de los diferentes medios de comunicación. Uno
entiende que las prisas son malas consejeras. Y en el afán de ser los primeros,
una profesión, que se halla permanentemente en el candelero por diferentes
cuestiones –también la problemática económica, por supuesto–, se embarca en una
aventura cargada de despropósitos.
Puede que sea el desmedido interés de un protagonismo
inmediato. Algo de lo que el gremio adolece [que no significa carecer], y en
cantidades industriales. En una carrera loca, quizás, para entablar batallas
sin sentido con las redes sociales, en las que las burradas (término algo suave)
hacen acto de presencia en cualquier asunto que despierte algo de morbo.
Tras un impresionante baile de cifras en las edades del
matrimonio, en si eran dos niñas, dos niños o uno de cada sexo, hasta la inclusión
del animal doméstico familiar, se concluye con el alegato de que hay que
esperar a que la Guardia Civil realice su trabajo de investigación con toda la
cautela. Mientras, en el ínterin, no sé si alguien en las redacciones –al menos
los responsables de las versiones digitales– fue capaz de comparar cada corrección
con la cancaburrada (despropósito) anterior. Qué rigor periodístico.
Se acordona la zona por respeto a la intimidad familiar y
se mantienen abiertas todas las hipótesis, aunque primero, y en la mayoría de
los casos sin contrastar, se lanzan dardos envenenados cuyos daños son muy
difíciles de reparar. Y no beber en todas la fuentes posibles implica
demasiadas sequías mentales.
En las declaraciones del alcalde se añade la guinda de que
no hubo tiros. Debe el señor Linares seguir los telediarios de la Autonómica,
que ayer tuvo picos de audiencia con otra muesca trágica en su generosa ración
de pinceladas macabras que incluye diariamente en su escaleta.
No casan la prudencia y el respeto con estos lances. Los que
se dicen profesionales de la comunicación no están haciendo honor a códigos
deontológicos a los que se supone observancia. Se necesita, y lo comentaba con
el amigo Humberto Hernández en junio pasado, más reflexiones internas, más críticas
y, sobre todo, enormes dosis de ecuanimidad. Porque el espectáculo no es nada
gratificante. Y los medios audiovisuales no están aportando raciocinio con debates
y tertulias que ponen en la palestra graves deficiencias neuronales.
Estoy, pues, disgustado. Recuerdo que en mi época tardía de
estudiante se suscitó en clase una interesante charla cuando Kevin Carter,
reportero gráfico sudafricano, retrató a un famélico niño sudanés, con un
buitre detrás, en uno de esos tantos episodios bélicos y de hambruna que
todavía recorren África. Fotografía con la que obtuvo el Premio Pulitzer en
1994. Y bien por ello o por otras circunstancias de su ámbito laboral, una
profunda depresión lo condujo al suicidio, sumergiéndose en un río mientras
inhalaba monóxido de carbono a través de una manguera sujeta al tubo de escape
de su camioneta.
Experiencia laboral en la faceta periodística, ninguna.
Dosis de sentido común, alguna. Procede un llamamiento a la cordura. Desde el
intrépido reportero hasta el responsable máximo de las ediciones informativas.
Ya que el sector no pasa por sus mejores momentos y no está el particular como
para echar voladores, que impere la sensatez. Qué menos. Sobran cachanchanes y faltan
verdaderos profesionales. Sí, ya sé que en muchas facetas, pero esta es primordial.
“Se reconoce el derecho a comunicar y recibir libremente información veraz por
cualquier medio de difusión” (artículo 20-2 de la Constitución Española).
Hasta mañana.
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