lunes, 28 de octubre de 2019

Y después de la tormenta...

Hace años –bastantes– solía ir a ver algún partido de fútbol al campo Antonio Yeoward –antes de sus remodelaciones– cuando en La Longuera se iniciaba una gran labor en esa faceta deportiva. Los frutos de esa cantera se hallan dispersos por muchos lugares de la geografía mundial. Pienso en Mario Abrante, verbigracia.

Dejé de ir por culpa de unas exaltadas (queda más suave que fanáticas) madres que ponían en entredicho (queda mejor que a caer de un burro) la labor de los entrenadores y preparadores. Solía ser diana de sus dardos verbales un señor vestido de negro que, paradojas de la vida, también se encargaba de echar una mano, cuando no las dos, a la tarea precitada de los entrenadores, amén de la encomendada a los maestros en  el ámbito educativo. Desde abrocharles las ligas de las botas hasta chocar esos cinco con el portero que tuvo el ligero contratiempo que le costó un gol. Se me llenó la cachimba, insisto, y hube de arrancar la caña por motivos de salud (mental, sobre todo), aparte de la vergüenza ajena que sentía.

Vivo ahora a menos de cien metros del estadio realejero de Los Príncipes. Y este pasado sábado acudí a presenciar un encuentro de menudos (8 años), gentilmente invitado por mi nieto Leo, que, por ahora y hasta que se canse, juega de portero en un club guanchero. Así, junto a Emma, la nieta mayor, que lo hace en un equipo de baloncesto, estoy a falta de que Martín, el benjamín de la familia, tenga edad suficiente para ver cuál será su deriva deportiva.

Después de la experiencia, y lo siento por él (Leo), me da la impresión de que no voy a ir más. Porque sentí idéntica sensación a la de tiempo atrás. O si acudo, me quedaré en la puerta del recinto, donde no lleguen nítidos los inconfundibles sonidos de las progenitoras aludidas con anterioridad.

También chillan los hombres, no te vayas a creer, pero son las mujeres las que se llevan la palma con su pito más agudo que el del trencilla. Bien saben de normas y de tácticas. Y como ya se observan, por si fuera poco, las machangadas de los críos que se sienten figuras, con gestos, ademanes, poses y caídas fingidas al más puro estilo Ronaldo o Neymar, acabé, tras la finalización del match, harto como una pita. Menos mal que el tiempo atmosférico nos concedió una generosa tregua. El impresionante trueno, que nos hizo recordar el reciente cero energético, fue posterior. Vaya taponazo.

Así no puede culminar con éxito un trabajo que debe formar primero en valores, dejando goles y resultados en un plano secundario. Algo que entiendo deben tener interiorizados los infantes, pero que lo olvidan cuando escuchan desde las gradas ese otro espectáculo nada gratificante. ¿Qué hacemos, entonces? ¿No las dejamos entrar? ¿Lo hacemos pero con la condición de que porten elegante bozal?

Bueno es desahogarse de vez en cuando, echar fuera las energías negativas de la vida. Pero no es momento oportuno hacerlo delante, o en presencia, de quien es esponja que todo lo absorbe y que ve en ti un modelo a imitar, un espejo en el que mirarse.

Pues sí, raro será que haya nueva presencia. No se notará, a buen seguro. Porque las alborotadoras persistirán en sus tácticas y alabanzas. Cuando me dicen que el número de espectadores en cualquier partido no alcanza, en la mayoría de los casos, el centenar de personas, pienso si es consecuencia del hastío y cansancio debidos a los circos paralelos, de los que podría ser un ejemplo el que aquí intento dejar reseñado con el artículo de hoy.

De nada valen los carteles con eslóganes de buenas intenciones que han surgido a raíz de hechos mucho más desagradables habidos. Parece que prima el pronto a la sensatez. Los nervios a flor de piel suelen ser malos consejeros. O, quizás, podría ser que el raro sea yo, y que ya no se estile el ser capaz de guardar la compostura, aun cuando las circunstancias sean adversas: un mal resultado, por ejemplo.

Volví a casa sin necesidad de abrir el paraguas. Pero luego, el festival de luz y sonido, que había tenido su inicio a las cinco de la madrugada, continuó deleitándonos. Y dieron fe vídeos y fotos en las redes sociales. Que son los medios actuales de la inmediatez. Incluso el suministro de energía eléctrica quiso sumarse a la fiesta.

Como no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, por la tarde hubo tregua. Y después de la tormenta…

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