martes, 29 de octubre de 2019

Movilizar a la militancia

No es invento mío el titular. Lo escucho con reiterada frecuencia. Desde un extremo al otro del espectro político, porque en este campo sí se ocupa todo el terreno de juego y no se achican espacios. Y me digo yo que alguien debería corregirles la expresión, porque con ello, de ser verdad, se estaría demostrando que el compromiso se encuentra bajo mínimos. Lógico sería que manifestaran que hay que activar al electorado en general, puesto que si es la propia parroquia la que no está por la labor, mucho más que fastidiada –por no escribir jodida– está la cosa. Aunque pude zanjar el asunto con unas interrogaciones.

Intuyo que todos aquellos que acuden a un mitin (puedes tú señalar aquí la formación que prefieras), lo harán convencidos de tener la seguridad absoluta de por quién van a votar. De no ser así, apaga y vámonos. Porque, y a pasajes idos me remito, si alguno de los allí presentes alza la voz para discrepar, de patitas a la calle.

Como uno en esto de la cosa pública sigue chapado a la antigua –a los tiempos en que la implicación no estaba sujeta a prebendas y los locales se llenaban bajo la guía de algo tan simple como la ilusión– echa mano de una foto de ha muchas décadas. Tantas que fumar era ejercicio habitual y cuando llegábamos a casa en la madrugada, la ropa se quedaba en la escalera para no inundar la habitación de olores a tabaco de todas las marcas.

El ideal ha dejado paso al acomodo, cuando no a la adulación y al pasteleo en busca de la papa suave. Por ello no me extraña que en cada convocatoria electoral deba recurrirse a eslóganes que debieron haberse superado, y con creces, con el devenir histórico. El “qué hay de lo mío” que tantas veces hemos comentado ya ni siquiera se disimula, al contrario, se alardea. Y me da que no se salva nadie.

Errejón se ve ministro. Buen comienzo del chiquito. Iglesias, para no ser menos, presidente. Abascal, bien aupado en el corcel blanco que heredara del mismísimo Apóstol Santiago –que bien vale un tocayo para préstamos tales– cabalga por los caminos del Cid. Casado, con la seriedad que la barba impone, estima tener a tiro de piedra el objetivo, sin saber, a ciencia cierta, si en esa cabeza hay algo más que mucha cara para aprobar un máster. Rivera, una vez agotados los disfraces, prepara su particular Halloween con una enorme calabaza, tan hueca como sus vaivenes. Y de todos, el único enemigo a batir sigue siendo el de la ocasión anterior. Ese “okupa”, al decir de cierta edil de Coalición Canaria en Arrecife, defensora a ultranza de las bondades de Franco, y no sé si aplaudida a rabiar por Oramas, Taño o amistades que tengo allá por La Villa. Y dando fe del circo, esa nueva hornada periodística que navega en, y por, las fuentes de las redes sociales. Dignas de todo crédito, faltaría más.

La expresión utilizada por el popular me recuerda cierta ocasión en que uno recorrió algunos trillos por el norte palmero y la gente nos señalaba que el destino estaba, precisamente, a tiro de piedra. Y cuando uno alcanzaba la meta, tras varias horas de bregar duro por aquellos imponentes barrancos, se admiraba del enorme alcance de la dichosa piedra de los campesinos del lugar. Ni el brazo de Popeye, tú.

No, contento no estoy. Treinta y dos años después de haber ocupado cierto puesto de responsabilidad, entiendo que el enfermo no mejora. A lo peor viene a resultar que el denominado estado del bienestar, que contribuimos a edificar, es el culpable de tanta relajación. Y no me vale lo del cambio de ópticas. Ni que las escasas presencias en reuniones importantes sea tónica habitual en cualquier clase de evento no festivo. No, contra eso me rebelo.

A pesar de todo, claro que votaré. Porque la esperanza me mantiene a estas alturas de la vida. Y cuando con la jubilación debería tener tarea suficiente, en vez de tirarme a la Bartola (vaya con la expresión), sigo, erre que erre, intentando despertar alguna conciencia. ¿Utopía? No, lo siguiente.

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