No creo que constituya una novedad el que manifieste que no
existen los suficientes en Los Realejos. Y en otros muchos pueblos. También.
Aparte de mucho coche en calles y carreteras, no hemos estado nunca los
canarios por el transporte colectivo. Basta echar una ojeada cada mañana a las
insufribles colas de las autopistas tinerfeñas para comprobar cuántos usuarios
van en cada uno de los vehículos sumergidos en el atasco.
Los realejeros íbamos escapando con el terreno de la Finca
El Llano. Pero es, asimismo, justo y necesario que puedan vivir los artistas
del circo que nos han visitado en estos días. Pero surge la incompatibilidad
entre lo uno y lo otro. Por más que de payasos se trate.
Tuve que acudir por dos veces en la pasada semana al parking
que observas en la foto. El del ayuntamiento, que mentamos por estos contornos.
Uno de los dos que este grupo de gobierno se empeñó en sacar adelante –cuando cogobernaba
con Coalición Canaria– y cuyos excelentes resultados hemos pagado los contribuyentes
para general regocijo de las huestes de Domínguez.
El arrendamiento previsto acabó como el rosario de la aurora.
Tuvo que rescatarlo el consistorio, limpiarle la cara y abrirlo al público en unas
condiciones que, a buen seguro, no se lo hubiese permitido a cualquier empresa
concesionaria. Porque un remiendo dura lo que dura. Es más, me atrevo a
escribir que aquel cuchitril no cumple las más mínimas normas de seguridad.
Esas que tanto encanta exigir al señor Marrón a las comisiones de fiestas y organizadores
de eventos varios.
Ya que tanto gusta el colgar fotos en las redes sociales,
¿por qué no una que ilustre acerca de la situación de luces, limpieza,
escaleras, ascensor y demás? Y ni se te ocurra bajar al último piso si no
quieres morir del susto. Tétrico.
Como los concejales disfrutan de uno particular en el
edificio de la Avenida de Canarias, no tienen la necesidad de transitar por el
que usa la ciudadanía corriente y moliente. Porque, a lo peor, si se les ocurriese
echar una visual, podrían llevarse el susto de que cada cual circula por allí
adentro como mejor le venga en gana, pasándose las flechas indicadoras por el
forro de los calzoncillos (o de lo otro, en el supuesto de ellas), subiendo por
las rampas de bajada (y viceversa) y dejando el coche arrimado a cualquier esquina
para no molestarse demasiado.
No sé si ha habido algún ruego o pregunta al respecto. Aunque,
en caso de respuesta afirmativa, me imagino la respuesta. Porque “el ausente”
no asume responsabilidad alguna. La culpa deberá ser de los que tuvieron la
ocurrencia de levantar el ayuntamiento en aquel lugar. Con lo fácil que hubiese
sido fabricar al lado del flamante hipódromo, donde el espacio para aparcar coches
y caballos es inagotable.
A poder que yo pueda –expresión muy al uso por aquellos que
ya rondamos cierta edad– allí no meto más el fotingo ni de coña. Yo no quiero
morir del susto, a pesar de que a estas alturas de la vida no pienso que ya me
pueda atracar nadie. Y menos si el asaltante es joven (o jóvena); qué ilusión.
Me gustaría conocer el estado de los flamantes locales
comerciales de la parte alta. Vaya duda más tonta: como la piscina municipal,
la casa de La Gorvorana… Y la cuanta corriente de todos los liberados. También
la del que cobra del Parlamento. ¿Vas a seguir?
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