Ayer volví a levantarme no muy católico. Que es expresión
nacida allá cuando la Santa Inquisición (manda aquello con lo de Santa, como lo
de la Guerra ‘Civil’) molía a palos a todo aquel que no profesara la religión
del Vaticano. Y luego el verdugo de turno evaluaba la situación del reo para
concluir con un contundente “este no está aún muy católico”, con lo que
proseguía la ración de molienda en las costillas. Como podrás suponer que el
estado físico del apaleado empeoraba tras cada dosis del categórico
medicamento, con el paso del tiempo a todo aquel que no se encontrara bien de
salud o su bienestar físico anduviese deteriorado se le aplica el dicho que aún
perdura.
Cuando tal hecho acontece, me dedico a pensar. En vez e ir a
gastarme en una comida con la familia el importe del premio que el día anterior
(sábado) me había deparado la Primitiva: 8 euros, tres aciertos. Y cuando lees
el mensaje, que te viene a decir algo así como “sabemos que no es mucho, pero a
que ves el día de otra manera”, te entra tal alegría en el cuerpo, seguida de
un estado depresivo concluyente (coño, ya pudieron ser unos cuantos –aciertos y
euros- más), que todavía sigo cavilando.
El señor Kipchoge se ha merendando 42.195 metros en menos de
dos horas. No le reconocen la marca como récord mundial porque tuvo ayudas
externas. Yo entendería por tales –que es lo que haría un servidor para tal
hazaña– ir en coche 42 kilómetros y el resto caminando. Pero no me negarán que
el hecho de alcanzar tal proeza merece una profunda reflexión acerca de dónde
están los límites ante retos de tal porte. Lo expreso porque siento pavor ante
los añadidos de ultra, extreme y demás, que invitan a traspasar
capacidades y provocan accidentes de muy difícil reparación. Por ello la
pregunta: ¿Y después?
Sano y lícito es discrepar. Pero el aprovechar un pasaje de
muy mala suerte para poner a caer de un burro al paracaidista que sufrió el
percance en Madrid, solo viene a demostrar la catadura moral de los que en
redes sociales se creen reyes del mambo. Podrás o no compartir la celebración
de actos como el que cada año se celebra el 12 de octubre. Podrás o no estar de
acuerdo con desfiles militares, monarquías, repúblicas o eventos varios. Pero
hacer escarnio de situaciones desgraciadas –y el bocazas de Hernando es fiel
ejemplo– me hace meditar de nuevo : ¿Y después?
Llega la sentencia del ‘procés’. Para los unos serán cortas
las penas impuestas y para los otros tendrán la consideración de
desproporcionadas. Las ópticas de siempre. Cada cual con su cristal. ¿Sedición?
¿Rebelión? Legítimo es apostar por el derecho a la autodeterminación o a la
independencia. Pero se me antoja que dentro de unos cauces. Donde la
convivencia sea pilar fundamental. Donde la imposición no sea la pauta a
seguir. Donde el derecho a discrepar sea respetado en ambos sentidos. Donde el
diálogo sea el camino a establecer, porque sin él no habrá solución posible.
Las huidas hacia adelante demuestran cortedad de miras y ponen de manifiesto
carencias notorias. De los llamados a la desobediencia se colige que los deseos
de exigencia traspasan dictados del sentido común y demuestran rasgos del
totalitarismo más abyecto. Toca, pues, preocuparse: ¿Y después?
Sería conveniente que aprendiéramos a desprendernos de
viejas etiquetas. A no ser que pretendamos sumergirnos en un bucle
imprevisible. Se aprobó la Constitución en 1978 y seguimos pecando
mortalmente al incumplir alguno de sus
artículos. Por ejemplo el 16, que establece la aconfesionalidad del Estado. Y
cuando me bombardea la televisión canaria con la gira que efectúa la Virgen del
Pino por los pueblos que en Gran Canaria se vieron afectados por el reciente
incendio, me da que mañana cualquier otra confesión religiosa demande idéntico
tratamiento ante un evento que organice. Dentro del respeto que los sentimientos
religiosos me merecen, esta avalancha de imágenes, procesiones y alabanzas
viene a demostrar que los servicios informativos del canal autonómico hacen
aguas una vez más. Cuando el abanico de ofertas, máxime en esta tierra
cosmopolita, se ha abierto hasta extremos insospechados, qué será lo próximo. O
mejor, ¿y después?
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