miércoles, 23 de octubre de 2019

El Tenerife

Quien estas líneas suscribe, te lo juro, no tiene la más pajolera idea de fútbol. Por lo que, y a cualquier tertulia me remito, constituye tal ausencia un excelente aval –un plus añadido, que se diría– para meterme en camisa de once varas, es decir, opinar de lo que no se sabe.

Varios fueron los intentos del maestro don Antonio Oliva para que este gorvoranero se fuera a La Vera a dar patadas a una pelota. Pero en aquella época de estudiante en el colegio de don Rafael Yanes –San Agustín– uno se decantó por las pruebas de atletismo (longitud y triple salto) y al único deporte colectivo que dedicó una etapa fue al entonces denominado balonvolea –hoy voleibol–, facetas en las que no llegó a ser figura, pero se defendía. Modestia aparte.

Luego, pasado el tiempo, y asegurados los garbanzos, uno practicó el fútbol en la categoría de aficionados, participando en algunos campeonatos en este Valle. Con una concepción bien diferente a la actual, con un sistema 3-2-5 (y bajaban los interiores, sostenían los entrenadores) que posibilitaba la utilización de todo el campo. Un ejemplo: a este rebenque le tiraban el balón y echaba a correr hacia la portería contraria que daba gusto verlo. Y bastantes goles pasaron a engrosar los méritos del ‘rubio’.

Hoy todo es diferente. Se achican espacios. Y compruebas que al sacar de cualquier portería –a vista de dron– observas a veinte tíos, más el árbitro, dentro del círculo central y una cantidad tal de metros cuadrados libres que te cuestionas si es necesario hacer un campo con esas dimensiones. Y no creas que mejora la situación cuando se ataca o defiende. Todos juntitos para vencer los miedos escénicos. De tal suerte, las caídas –vale un simple roce– son tan espectaculares que una patada de toda la vida se convierte en una escena del vestíbulo de urgencias de cualquier hospital. A este paso, y dejando al portero en el lugar de siempre, acabará imponiéndose el 10-0-0. Para que no se suden mucho.

¿Pero no señalaste en el titular que ibas a escribir del Tenerife? ¿Ese portento de equipo que tiene a su frente a un maravilloso presidente, todo un dechado de virtudes y con una locuacidad digna de elogio? ¿Con un entrenador que sorprende a peor en cada alineación? Chacho, que tú no entiendes. Deja eso para tertulianos de constatada enjundia. Pues me lanzo:

¿Cómo es posible que bastantes jugadores de la tierra –para formar un equipo hay, y sobran si incluyo los que aun siendo foráneos estuvieron en cualquier momento pasado y han emigrado– estén triunfando en otras formaciones y alcanzando rendimientos envidiables? ¿Por qué la política machacona de fichar cada temporada gente de fuera que, y a los hechos me remito, ni siente los colores de un club y solo piensa en disfrutar del buen clima que este territorio les brinda? ¿Cómo es posible que perdiendo con el Rayo un viernes por la tarde, se convoque a la plantilla para entrenar el siguiente martes en horario vespertino? Tengo más preguntas, pero no quiero cansarte.

Suelo tener intercambios de pareceres con alguien que compartió campos de tierra (y más de una piedra suelta) y nos planteamos qué hubiésemos hecho ahora con esos sueldos, amén de las generosas primas. Y coincidimos en que de seguir con aquel espíritu de lucha, tesón y ganas de comerse el mundo de aquel entonces, lo mismo nos merendábamos hasta el césped.

Cuando meto la pata y me siento ante el televisor para perder el tiempo miserablemente, me entra tal desazón al ver las quejas lastimeras de estos niñatos, porque algún contrincante les sopló y cayeron al suelo con aspavientos, que me pongo a zapear como un loco a ver si retransmiten un partido de chicas. Y es que están demostrando, y con creces, que los melindrosos varones son… son… son…

¿Entiendes ahora el porqué me gusta el ciclismo? Y ya está. Hasta por lo menos dentro de un año que nos tocará vivir sumergidos en la 2ª B (¿o ya no se dice así?).

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