O consejero de cualquier cosa. O puede que una dirección
general. Porque pasan, peligrosamente, los años de juventud y sigo
desaprovechado. Que a estas alturas de la película nadie se haya dignado a ponerse
en contacto conmigo para el nombramiento de rigor, solo puede tener una
explicación: no me muevo lo suficiente en los círculos adecuados. Me invitan a
presentaciones de candidaturas y hago caso omiso a las mismas. Viene la
ministra de cualquier cosa y yo voy a caminar por la autovía. Ponen un vídeo
del presidente en las redes sociales y ni le echo una visual. Y es que me
criaron así y desde chico mis padres me inculcaron el que había que prepararse
en la vida para llegar a ser un hombre de provecho. Y aquí estoy sin beneficio
ni ganancia. Y sin móvil.
Si Ángel Víctor me ve en la foto que adjunto, no me negará
que aún estoy en condiciones de dar el callo. Y lo de trabajar lo llevo en la
sangre. Nadie me ha regalado nada. Hasta ahora, que no pierdo la esperanza. El
hecho de no haber votado por él, lo confieso, no fue culpa mía. Yo quería pero
él se presentó por otra circunscripción electoral y yo tuve que cumplir con las
normas establecidas. E ignoro el porqué me tienen inhabilitado. No me extrañaría
que algún envidioso le haya contado vete tú a saber qué.
Cambiaré de táctica y me dedicaré en cuerpo y ¿alma? a la
denominada vida social, a codearme con las cúpulas partidarias. Iré al armario
y arrojaré al contenedor –en bolsas debidamente cerradas– el viejo vestuario.
Comenzaré por la compra de corbatas, prenda que dice muy mucho de su portador.
Me temo que el coche no me ayude en la labor, por lo que acudiré al concesionario
más cercano. Llevaré siempre el cristal abierto (bajado) porque no es lo mismo
tocar la pita que levantar el brazo izquierdo para saludar al personal. Más ecos de sociedad, en suma.
Haré como el cangrejo: todo flamante en la renovación.
Máxime ahora que hay nueva convocatoria de elecciones generales. Y lo mismo los
(mis) dirigentes han creído oportuno esperar porque me merezco algo mejor en
Madrid. Desde ya le estoy remitiendo esta entrada a Pedro Sánchez. A Casado no
puedo porque Domínguez me vetó. Y no creo que Ledesma tampoco me eche una mano.
Si todo lo anterior me falla, me queda el recurso de La
Gomera. Después de que Casimiro es socio de gobierno en las islas, nuestras
relaciones han mejorado bastante. Y a él le hace falta gente preparada, como yo,
para los puestos aún si cubrir. Y como ya goza de grupo parlamentario propio,
ni siquiera tendré que fijar la residencia en La Villa.
Meses atrás estuve tentado por llamar a Ignacio, el amigo
matancero que ha batido el récord de permanencia en una alcaldía. Y va a dejar
el listón tan alto que harto complicado lo tendrán generaciones venideras. Pero
no lo hice porque el gestor de Acentejo es sumamente inteligente para meter en
sus filas de allegados a uno que ni siquiera le puede votar. Independientemente
de méritos y preparaciones. No como en otros lugares no muy distantes…
Tenía ya redactadas las líneas anteriores cuando me fui a
echar la siesta. Y me quedé como un tronco. Soñé que me había sacado la
Primitiva –la de verdad, y no esta lotería adulterada– y viajaba cada mes a un
destino diferente. Estaba en mi salsa. Con una cámara fotográfica recién comprada,
disparaba a todo lo que se me pusiese delante. Cuando me levanté, me miré en el
espejo del baño –aunque todavía el ojo derecho seguía medio pegado– y me vi
medio turbio.
Han pasado dos semanas desde aquel episodio. Cuando leo la
prensa, o escucho y veo los informativos de los medios audiovisuales, o repaso
los perfiles de ciertos personajes públicos en las redes sociales para fisgonear
las fotografías de sus eventos notorios y que cuelgan para generar envidia…
siento una tristeza inconmensurable, cuando no una rabia incontenida ante esta
manera obscena de funcionamiento de los chiringuitos.
Nota final: Si alcanzaron el final, piensen lo que les dé la
gana cuando lean chiringuitos porque, a buen seguro, acertarán.
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