miércoles, 9 de octubre de 2019

Mierda de periodismo

O mierda de periodistas, que ya no sé si lo uno lleva a lo otro o a la viceversa. Porque se suceden los espectáculos, cuando no probados desmanes, en el tratamiento informativo. Y no es cuestión de estudios universitarios, sino de un puro ejercicio de lógica y de sentido común. No puede ser que familiares bien directos de personas accidentadas, y, por tanto, auténticas carnadas para la voracidad de los Pulitzerianos de turno, pongan en solfa, con inusitada reiteración, el modo de trasladar a la opinión pública los sucesos luctuosos que les ha correspondido vivir.

El lamentable episodio recientemente acaecido en las costas portuenses ha supuesto un eslabón más en esa ya larga cadena de despropósitos. Cada cual –y los periodistas se han enganchado a modismos impuestos por las redes sociales– se cree capacitado, por extraño sortilegio, para valorar aconteceres sin la más mínima base de seriedad y respeto. Aquello tan simple de contrastar y beber en todas las fuentes posibles ha pasado a ser mera entelequia. Se impone la rapidez. Hay que ser el primero. Y al carajo –a perdonar hoy el que sea tan didáctico– éticas y códigos deontológicos.

Las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados. Y me temo que hemos dado dos patadas en el culo a la importancia y trascendencia del verdadero ejercicio periodístico. La verdad por delante, se decía. Que, desgraciadamente, se ha sustituido por la suposición y la transcripción obscena de rumores y seguimiento espurio de los dictados de Facebook, Twitter y demás.

Penoso y lamentable, no. Más, mucho más; execrable, quizás. Porque el dolor de las familias no puede acrecentarse con las malas prácticas de quien tiene el sagrado deber de contar sin añadidos. Y en la trampa se sigue cayendo con pasmosa facilidad.

Saben de mi amor incontestable hacia los informativos de televisión. Lugar destacado, sin duda, la autonómica. Que se priva tanto por el flash de la gloria que hace dos días, y con motivo del incendio del Ateneo lagunero, al presentador le jugó el subconsciente muy fuerte mala pasada y soltó un expresivo “apuñalamiento” al recinto cultural en lugar de “apuntalamiento”. Y es que donde haya un muerto, quítense nimiedades del tres al cuarto. Que se lo pregunten a las cabras y ovejas masacradas por unos perros asilvestrados en no sé qué lugar de estas islas. Ni cambios de gobierno ni leche machanga. A peor la mejoría. McLuhan, sigue ahí sin levantarte.

Sigo con verdadero interés los artículos del estimado amigo y maestro Salvador García. Que preside la Asociación de la Prensa de Tenerife. Quien se desgañita (con la palabra escrita) en demandar sosiego, ecuanimidad, alturas de miras (y añadan lo que crean menester) a los que tienen el sagrado deber de informar. Háganlo bien, no desprestigien más la profesión, sean respetuosos, actúen con mesura, en suma, informen. No se les pide otra cosa. Habrá que seguir dando toques y consejos.

Tengo la impresión, a veces, de que somos mucho más comedidos quienes nos dedicamos al comentario, a la opinión –con toda la libertad que nos confiere el derecho constitucional– que aquellos otros que deben rellenar muchas más páginas de los diarios. Porque un simple cotejo con una actividad regida por la curiosidad innata de un servidor me lleva a colegir que el cumplimiento de las 5 W (y el añadido de una H), a saber, Who (Quién), What (Qué), Where (Dónde), When (Cuándo) y Why (Por qué), amén del complemento How (Cómo) ha sufrido terrible accidente. Y los protagonistas fueron sepultados para siempre jamás.

Que una madre, rota por el dolor, pero con una entereza digna de elogio, demande prudencia (juicio, sensatez, discernimiento: “De momento he aprendido que el rigor de la información en los medios debe hacérselo ver”; “Como no contrastan la información, escriben lo primero que se les ocurre”; “Antes de publicar, hagan su trabajo, investigar bien”) a los que, móvil en ristre, parecen jugar con emociones ajenas, solo viene a demostrar la mierda de periodismo que hemos de tragar diariamente. Me da que el llanto y el crujir de dientes puede llegar a ser inevitable. Los agentes externos, que los hay, serán, entiendo, meros coadyuvantes del desastre. Luego, estimados periodistas, ¿lloramos en la plaza? No echen más mierda. Y a disculpar el tono escatológico.

Nota: ilustraciones a cientos, pero con dos botones…

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