viernes, 15 de mayo de 2020

Entretenimiento

En mis tiempos (hace la tira) las llamábamos gometas. Y estaban estipulados sus tiempos, sus épocas en el año. Como también existían para el trompo, los boliches… Hoy vamos a la tienda y podemos comprar de todo. Pero los chicos ya no juegan. Bueno, sí, pero a otras cosas. Los entretenimientos no solo se han diversificado, sino que hemos alcanzado un punto en que la mañana de Reyes –te pongo el ejemplo de mi calle– el silencio es casi sepulcral. Por eso esta etapa de confinamiento no les ha supuesto mayores quebraderos de cabeza a la gente menuda. Es más, algunos están encantados. Y como no pretendo abrir un debate al respecto, ahí lo dejo.

La ilustración la bajé de Internet, pero te habrás percatado de que en estos días hemos vuelto a ver cómo los cielos se cubrían de estos artefactos voladores. Y dado que estuve varios días contemplando a los vecinos de enfrente peleándose con una que no quería remontar el vuelo, me entró cierto gusanillo y díjeme para mis interiores íntimos de adentro: Chacho, ¿ya no te acuerdas cuando tú las hacías en La Gorvorana? ¿Tú no te das cuenta de que tienes tres nietos? ¿Y que en sus respectivas casas hay espacio para que intenten divertirse un rato mirando a lo alto? ¿A qué estás esperando? Arranca la caña…

Y eso es lo primero que hice. Me fui hasta un solar cercano donde la vegetación ha cubierto toda la superficie y di el paso inicial: traerme un par de cañas secas. ¿A dónde vas con eso?, nada más pasar la puerta de la entrada. Un chute de moral que te cambas. Si los allegados no confían en tus posibilidades…

Pero un servidor a lo suyo. Menudo soy yo cuando me emperro. Limpiar, medir, cortar, preparar… En la primera salida al supermercado, me ofrecí de chófer. En el trayecto quedó zanjada la fase siguiente: papel, hilo, pegamento de barra y recordatorio al canto. Antes, como te señalaba al principio, había que esperar a que tu madre guisara papas. Y dejabas de comer una de las que te correspondía (con el sacrificio que ello suponía) para usarla como cola de pegar. Y funcionaba.

A lo que iba. El hilo que me vendieron en uno de esos comercios regido por orientales que no cierran ni los domingos, no me convenció, por lo que fui luego a una ferretería cercana a casa –la de Nino (el de la bloquera, hoy ya cerrada), de toda la vida– en la entrada de Camino Nuevo –ese lugar famoso por los pasteles de doña Paula– y adquirí unos cuantos mazos de hilo carreto (en canario; en fino, hilo de acarreto: cordel delgado de cáñamo).

Con todo el material ya dispuesto, manos a la obra. Recuerda que las cañas ya estaban preparadas. Ensamblarlas, basta un cacho de hilo. Darle forma con más hilo que una los extremos: un octógono, de un lado; dos hexágonos, del otro. Ya te dije antes que son tres nietos. Colocamos el papel. Ahora denominado de seda. En los tiempos de maricastaña (los míos) era, simplemente, papel finito. Cuando lo conseguías, porque en momentos de bastante aire las volamos hasta con el de periódicos. O papel de empaquetado. Sí, con el que se forraba las piñas cuando iban a ser exportadas (embarcadas, que se decía).

Por último, los cabrestillos, que no son los herrerillos (pájaros), sino que se trata del sistema de agarre del hilo (o liña) con el que se vuela el artilugio y otro para sostener la cola (o rabo). Échale hilo a la gometa, se ha oído desde siempre. La palabra en cursiva debe venir de cabresto (a su vez de cabestro), que es el ronzal que se ata a la cabeza o cuello de las caballerías para conducirlos o asegurarlos.

Y están las tres terminadas en el garaje a la espera de que llegue el momento de hacer las probaturas de rigor. A la hora de los ensayos solo podrán ocurrir dos cosas: que vuelen o que no vuelen. En el primer supuesto: trabajo concluido. En el segundo: vuelta a empezar, por torpe.

Luego me dice la gente que se aburre. Un par de cachetones bien dados y… hasta el lunes.

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