Sí, desembarazado y libre (de todo estorbo) como el viento
parece ser que ha encontrado el camino la juventud desde este pasado lunes, día
en que toda Canarias quedó encuadrada en la denominada fase 1. En esa jornada
tuve que resolver unos cuantos asuntos por la mañana, amén de la compra semanal
–ya pude ir de chófer con mi mujer– por lo que salí un rato a caminar a las
siete de la tarde. Rapidito, porque por la mar océana venían avanzando unas
nubes amenazadoras.
Subí por Pablo García, costado oeste del estadio municipal
Los Príncipes, hasta la carretera de Icod el Alto. No tomé en esta ocasión
hacia La Azadilla, como en otros días, porque ya saben ustedes que todo el
tráfico hacia San Juan de la Rambla, La
Guancha, Icod de los Vinos y la Isla Baja está desviado por esta vía debido a
los desprendimientos habidos la pasada semana. Así que bajé hacia la calle El
Medio. Más que los automóviles (chiquitas caravanas), que también, iba sumamente
asustado pues no me cruzaba con nadie de mi franja horaria.
Después de un rápido garbeo por algunas calles de Realejo
Alto, se me llenó la cachimba cuando terminaba el recorrido por Godínez. Los
que conocemos esta zona, sabemos que no se destaca, precisamente, por su
anchura. Y debí recorrerla por el centro de la calzada casi en su totalidad.
Hasta un grupo de ocho jóvenes inconscientes debí esquivar. Y ellos, tan
felices de risas y fiestas. Y yo, acojonado. Coño (mis excusas por los prontos
coloquiales), si tú no guardas aprecio a la vida, tiéndete debajo de las ruedas
de un camión de 50 toneladas, pero déjame seguir disfrutando de la mía. Me da
que estas excentricidades (por no escribir gilipolleces) nos pueden causar más
de un disgusto, más de un quebradero de cabeza.
Luego, ya en casa, viendo ciertas imágenes en los informativos
de televisión, relaciono lo uno con lo otro y no me queda más remedio que
comenzar a nombrar a muchísimos familiares directos de estos energúmenos. Que
uno se meta cincuenta y ocho días encerrado, para que, cuando abran la veda con
la retirada de algunas restricciones, nos volvamos locos y pretendamos, de golpe
y porrazo, volver al ritmo y modos de la vida anterior, podría, llana y
simplemente, conducirnos a un confinamiento brutal, mientras la vacuna no haga
acto de presencia. Somos el garbanzo negro de la especie animal. Nosotros
solos, sin ayuda externa, somos capaces de dirigirnos hacia la exterminación. Y
luego presumimos del adjetivo racional.
Sé que Manuel Domínguez, diputado regional y alcalde de mi
pueblo en sus escasos ratos libres, no lee a este ignorante (no graduado en
Wyoming) que se alonga Desde La Corona. Pero sí que lo pone al tanto su cohorte
de alcahuetes. Pues tardando están los susodichos correveidiles en trasladarle
la preocupación de quien intenta cumplir con las reglas establecidas, pero no
lo dejan. Echo en falta paseos policiales por las calles del pueblo. A lo peor
ahora nos damos cuenta de que la plantilla no es suficiente y ni siquiera
cumple con las ratios recomendadas. Pues uniforme a concejales liberados y
cargos de confianza y póngalos a patrullar, en vez de ir a lucir palmito en
vídeos promocionales de fiestas virtuales. Lo mismo así se ganarían el aparente
inmerecido sueldo.
Es muy triste que los mayores, aquellos que hemos sido
catalogados como personal de riesgo, no podamos desentumecernos adecuadamente
sino participando en una carrera de obstáculos permanente. Sí, Manolo, estoy
cabreado. Me niego a ser cobaya experimental de negligencias ajenas. Del “mejor
quédate en casa” hemos pasado, sin solución de continuidad, a la desbandada de
los irresponsables. Y no se me alegue que son los menos –que lo sé– porque los
contagios pueden volver a crecer exponencialmente, ya que no dependen de
simples factores numéricos. A no ser que usted, tan dado a sobredimensionar sus
actuaciones de vendehúmos mediante los postureos a los que nos tiene
acostumbrados, esté pensando en obtener réditos electorales. Como hizo al
comienzo de este negro episodio con una familia contagiada en un viaje por
territorio peninsular. Y como su formación política se ha significado, y mucho,
por remar en dirección contraria, se me plantean serias dudas. Los mimbres de
un buen gestor se ponen de manifiesto en las situaciones complicadas. Y esta lo
es. Vaya que sí.
Pongamos freno a los desmanes o nos lamentaremos amargamente.
No contribuyan, insensatos, a que se disparen los miedos propios de mi edad. Ya
está. Más desahogado quedé.
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