Cuando se levantó la veda al pasado día 2 y nos lanzamos a
recorrer los kilómetros que habían quedado en suspenso las semanas precedentes,
calles y carreteras se vieron inundadas por una multitud de animales bípedos. Gran
cantidad de imágenes ha circulado por las redes sociales y parecen no demostrar
un comportamiento exquisito.
Entiendo que debió ocurrir algo semejante a lo que vivieron
los perros con anterioridad. No podemos olvidar que incluso los que llevaban
años confinados en las azoteas, se vieron, de pronto, moviendo el rabo con
tanta intensidad, que más de uno tuvo que ser llevado al veterinario para una
cura rápida de incertidumbre.
Con el ganado de la raza humana debió acontecer tres cuartos
de lo mismo. Tanto que al segundo día, 3 de mayo, ya disminuyó la afluencia
debido a las punzantes agujetas en las piernas de los no habituados. Porque pudo
más la novelería que las verdaderas ansias de tomar aire fresco y estirar las
susodichas.
Un servidor, cuando se enteró de la buena nueva, hizo un
sencillo cálculo. Como no puedo alejarme más de un kilómetro del domicilio, y
considerando que mil metros no es distancia suficiente para este cuerpo lozano,
trazó una circunferencia imaginaria, cuyo radio mide, precisamente, ese
kilómetro. Todo ello teniendo en cuenta la endemoniada orografía municipal.
Así, pensé, ninguna autoridad podrá llamarme la atención, mientras me mueva
dentro del área del círculo que delimita la reseñada circunferencia.
Así que, en la franja horaria que me corresponde (10 a 12 de
la mañana o 7 a 8 de la tarde), salgo de Benito Pérez Galdós, 1, casi en la
confluencia con Alfonso García Ramos, hacia Pedro García Cabrera. Cruzo Viera y
Clavijo (ya con un pequeño trecho voy tremendamente culturizado) y recorro
Godínez en su totalidad.
Ya estoy frente a la OMIC (Eugenio debe estar encerrado
dentro porque no lo he visto), en la calle El Medio de Arriba. Mientras la
transito en sentido Sur, me percato de los notables deterioros en muchas
losetas de sus aceras. Y pienso que no siempre lo más bonito nos sale más
rentable. Llego a la entrada hacia la carretera de Icod el Alto (TF-342). Por la
Travesía del Pino (antes había dos, pero uno se secó, o lo secaron, o se quemó
con los fuegos) haría falta una acera hasta su conexión con Pablo García
(acceso al Estadio Los Príncipes), porque los tobillos corren peligro por el
tráfico rodado. Lo mismo Domingo y Adolfo (ver foto) lo tienen ya proyectado. Porque no creo que hayan ido a coger papas.
A partir de ahí, son sumo cuidado y guiándote por la raya
blanca, vas esquivando la vegetación que invade la calzada. Reitero lo del sumo
cuidado, porque existen unas prolongadas curvas que te ponen los pelos de punta
cuando sientes que viene un coche a toda pastilla y tú no tienes donde meterte.
Piensen en la que da entrada al Camino de Lomito Vaso, la de El Tanque de Arriba
(La Sombrera) y el Camino El Nogal y la que precede a la recta donde se ubican
la gasolinera y talleres de La Azadilla, una vez pasado el Bodegón La Fogalera
(¿o ya no funciona?).
En esa recta, que concluye en la Pirotecnia Hermanos Toste
(otra curva que se las trae), también finiquita el radio de mi circunferencia.
Así que media vuelta y regreso a casa con el recorrido a la inversa. O a la
viceversa, que decía Juan ‘Espuela’ en La Gorvorana. Eso sí, ahora bajando,
pero que machaca más las rodillas.
Algo más de 4 kilómetros sin incumplir las reglas
prefijadas, porque lo primero que hago al entrar en casa es mirar el reloj.
Como mucho 55 minutos, que para un viejito de 71, va que chuta. Con los que me
cruzo durante el paseo, pocos, afortunadamente, y guardando las distancias,
declaro bajo juramento que el 95% no se corresponde con el colectivo autorizado
para esta franja. Es decir, de mayores en riesgo, nada de nada. También te digo
que mientras yo espero tecleando alguna bobería a que sean las 10, ya han
recorrido varias veces mi calle unas cuantas viejas (más que yo) que salen
temprano antes de que haga más calor.
Y esto es lo que hay. Por hoy. Espero terminar la limpieza
de Facebook este fin de semana. Pienso quedarme con un puñado chiquito de
amigos. De los verdaderos. El resto no lo es. Hasta me he olvidado del cómo aparecieron
muchos. Y ya desactivé la cuenta de Twitter. Ligerito de equipaje. Hasta el
lunes. Lo mismo entramos en otra fase. Suena a ciencia ficción.
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