El acto del cierre del hospital de IFEMA (buena noticia, sin
duda) no constituyó un dechado de virtudes. Lo de Ayuso, presidenta de la
Comunidad de Madrid, puede que sea congénito. Porque una vez, vale. Pero para una
detrás de otra, algo debe circular mal en el océano neuronal. Si peca de
ingenua, podrá ser debido a las características de esos personajes que nacen en
el seno de los partidos políticos y crecen en el hogar de los despropósitos,
viéndose aupados a cargos de (ir)responsabilidad de la manera más inverosímil.
Mas si los actos que ejecuta son realizados de manera consciente, peor el
remedio que la enfermedad.
Las imágenes son espeluznantes. No llego a entender cómo el
personal sanitario se comporta de tal guisa. De una parte, se desgañitan para
que cumplamos unas normas estrictas que eviten contagios y, de otra, la falta
de racionalidad les aboca a llevar a cabo todo lo contrario, con lo que los
espejos se nos rompen delante de nuestras propias narices. ¿Eran ustedes,
acaso, el atrezo en la escenografía de Ayuso? Con la que fueron –pocos,
afortunadamente– a posar para el selfi de rigor. Y menos mal que tenía el aforo
controlado, al decir de la señora presidenta. Qué ancho le queda el traje.
Lo vengo observando desde hace semanas en las imágenes que
nos brindan los canales televisivos de forma machacona. Y algo he escrito del
particular. Una profesión de riesgo conlleva unos comportamientos escrupulosos.
Luego no valen lamentos y echar culpas por falta de material. Si los militares
o miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado están más expuestos
que un servidor a que una bala acabe en su cuerpo ante cualquier acción que
acometan en el desarrollo de las funciones encomendadas, qué decir de las
posibles contaminaciones a las que continuamente están expuestos médicos,
enfermeros y demás.
Que Ayuso, ya supuestamente inmunizada, vaya a lucirse, allá
ella, su formación política y sus votantes. Que acuda a recibir un avión que
nos trae material, fallido o no, para combatir la pandemia, nada debe extrañarnos
a los que estamos acostumbrados a posados fotográficos de continuo. Existen
cargos públicos que dan más de no, porque de sí es imposible. Es la única
profesión del mundo para la que no se requiere examen de ingreso ni avales de
ningún tipo; bueno, sí, los consabidos.
Algunos amigos tengo en el campo de la sanidad. Máxime ahora
que ya uno entró en el sector de riesgo y debe acudir cada cierto tiempo a
repetir. Por lo que soy de la franja horaria de 10 a 12. Antier (anteayer, para los más modernos) la estrené, por
cierto. Al solajero, a ver si nos secamos de una vez y no damos más la lata.
Tendré que arbitrar, por lo tanto, una buena charla con los de la primera
línea. Con los encargados de cuidarnos y poner freno a los ímpetus virales. O bacteriales, que de vez en cuando asoman
el hocico. Ya saben que los virus y bacterias andan. Espero y deseo que me
convenzan, de que sean capaces de explicarme si estas aglomeraciones (también
en los pasillos cuando trasladan a un enfermo desde la UCI a planta, por
ejemplo) no infringen los cánones que dicta el sentido común.
Esta pasado 1 de mayo fue atípico. Y lo de IFEMA, más. Los
cuatro pelos que me restan en los altos, como tachas. La credibilidad política,
una vez más, bajo mínimos. Pero, sanitarios, aparte del agradecimiento por el
trabajo, cuídense y no contribuyan a que los porcentajes se incrementen.
Generalizar, nunca. No obstante, las imágenes de este arranque de mayo no fue
espectáculo de lo más gratificante.
Vale por hoy. Voy a intentar ser más corto de ahora en
adelante, porque, me temo, que estamos saturados. Y felicidades a la viejita de
mi hermana.
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