miércoles, 20 de mayo de 2020

Experiencia

La experiencia, eso reza el dicho popular, es un grado. Y ya es hora de que un servidor aprenda de los reveses. De los informáticos, sobre todo. Porque uno tuvo la desgracia –o suerte, vaya usted a saber– de llegar tarde a este sugerente mundo virtual. Y si ya debí comprarme un móvil por exigencias administrativas, no es cuestión de que desaproveche las múltiples ventajas que Internet nos brinda.

Con las redes sociales –lo reconozco– no he tenido demasiada suerte. Además, como no acabo de entender la política de gestión de las empresas que nos brindan la oportunidad de navegar, el hecho de eliminar varias decenas de la nómina de “amigos” en Facebook me supuso un bloqueo que derivó en la cancelación, ipso facto, de la cuenta. ¿Y por qué ocurrió? Porque uno es medio rebenque, por no indicar completo. Se dedica a aceptar cuanta solicitud se ponga a su alcance y se olvida de que amigos, lo que se dice amigos, tenemos pocos en la vida. Si amistad significa afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato, se debería permutar el sagrado concepto, por lo menos en el universo informático, por el de conocidos. Simplemente.

Eso es lo que pretendo en esta nueva singladura (ya que de navegar se trata). Pocos, pero bien avenidos. En ello estamos. Lo malo es que ya andan al acecho aquellos (algo más aquellas, no indico lugar de procedencia pues me lo tacharían de racismo o xenofobia) que deben estar todo el día sin mejor oficio que el fisgoneo permanente, y comienzan a llegar solicitudes de los lugares más inverosímiles. Algunos, los menos, ponen foto en su perfil –lo mismo no es él, o ella, aunque menos da una piedra–, mas me repatea cuando, arriba de no conocerlo de nada, ponen en lugar del careto un dibujo de cualquier animal. Por poco afortunado (a) que sea uno, más lindo que un mono debemos ser.

Aunque ya he rechazado unas buenas cuantas, pienso que, a pesar de los más de setenta, no debo estar tan mal a los ojos de más de una (y de uno). De no ser así, que me lo expliquen, porque para leer las boberías que escribo les queda el recurso de acudir directamente al blog. Cómo me consuelo.

Redacto estas líneas y me alongo un momento al Facebook. Compruebo que a la una y media (trece y treinta) del día 19 de mayo son 177 los amigos inscritos en el registro correspondiente. Aquellos que presumen de miles harán cruces (de mayo) ante esta insignificancia. Pues yo estoy que floto con mi proceder a cuentagotas. Salvo que esté muy clara la petición y no admita lugar a dudas, el resto va a pasar una profunda criba hasta que no reste el más mínimo resquicio para la vacilación.

¿Quedó claro? Y si te acepto y arriba te pones bobo, agarro un rotulador negro… Ahora, porque me da la realísima gana, te lo voy a explicar de otra manera:

Te juro que es cuenta nueva,
pues cancelé la anterior,
así que hazme el favor
y la comanda tú eleva.
Pero quédate en la cueva,
y problemas evitamos,
que si no nos conocemos,
no envíes solicitud,
porque con gran prontitud
a la basura echaremos.

Y quien no quiera entender
que este viejo impertinente
se conforma con la gente
que es amiga de buen ver,
mejor se debe abstener
de remitir peticiones,
pues me tocan los c…ones
y me atrofian la neurona;
vaya, usted, a pintar la mona
o mándese ochenta rones.

¿Lo entendiste?

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