Muy poco original el título, lo sé. Pero podría hacer
referencia a la importancia histórica de lo que debe vivirse hoy en el Congreso
de los Diputados. Donde se ha instalado un encono que va mucho más allá del
debate parlamentario y que dice muy poco en favor de quienes ostentan la
representación del pueblo. Vaya ejemplo para una sociedad que se halla
sumergida, cada vez más, en un escepticismo político que raya el escándalo. Y
ciertos circos, gravísimos y peligrosos, no parecen favorecer a que el desapego
desaparezca. Espero, y deseo, que el sosiego vuelva y la desaforada derecha
–tres en uno– asuma el papel que constitucionalmente se le reconoce y sepa
admitir, de una vez por todas, que en democracia saber perder viste tanto como
la victoria más holgada. Y como no quiero caer en la tentación de convertir mi
blog en un apéndice de las redes sociales, donde priman la descalificación, el
insulto y el agravio barriobajero, a otra cosa, butterfly.
Me decanto más, y de ahí la foto de rigor (tomada de la web
municipal realejera), por el día después de la cabalgata de reyes. Todo en
minúscula porque llevo unos días de republicanismo acentuado. Que ya no sé si
la hemos convertido en un coso carnavalero. O que el paso de los años me vuelve
más escéptico y la ilusión se ha ido diluyendo cual azucarillo (o sacarina) al
uso.
He llegado a un punto en el que reconozco no saber si los
actores principales son los magos de Oriente o los cargos públicos ávidos de
protagonismo. Los que entregan la llave de la ciudad, aun no ostentando la
población el título pertinente. Como si la actual de Villa (la de Viera)
desmereciera de la categoría reflejada en todos los documentos. Es una pena que
la magia de la noche del cinco al seis de enero no haga posible que se cumplan
objetivos más perentorios.
Como hay un movimiento que aboga por la supresión de los
camellos (o dromedarios) –este año hubo media docena como prueba fehaciente del
poderío popular; toma dos tazas– debo manifestar que no tengo nada claro este
asunto. Porque cada vez que voy a Lanzarote observo cómo los susodichos
animales trabajan a destajo en Timanfaya sin que nadie haya levantado la voz
para poner sobre la mesa el abuso ante tanto viaje cargados hasta los topes. Ni
que exista la misma crítica –al menos no la he constatado– por los números
festivos del denominado arrastre de ganado. Porque en los mismos las pobres
bestias deben soportar unos pesos que duele nada más pensarlo. Lo mismo nos estamos pasando –insisto que no lo sé– en
las denuncias por el supuesto maltrato animal y pasamos por alto cuestiones de
mayor enjundia. Porque a este paso, todos veganos.
Lo que sí tengo claro es que en mi pueblo el grupo de
gobierno sabe a la perfección que la cantera debe cuidarse. Y a fe que se
vuelcan en ello. Desde un despliegue inusitado de la militancia –alguno con
micro en plan showman– hasta la
utilización descarada de la infancia y juventud, camiseta azul incluida y
concejala aleccionadora. Total, ya bien pudieron dibujarle el charrán. La
indisimulada risa del concejal responsable de los festejos pone de manifiesto,
bien a las claras, que los principios juveniles (¿o no eran tales?) pasaron a mejor vida. Y aquellas denuncias de
los actos de los que ahora son sus compañeros de viaje se ahogaron en el
pesebre del poder. Que todo sea por el Niño Jesús.
La irreligiosidad me causa estragos. La hipocresía, muchos
más. Y si enlazo este acontecimiento, que pone fin a la etapa navideña, con lo
argumentado al principio, deberé echar mano de la viñeta de Forges cuando uno
de sus personajes sostenía: “Estoy seguro de que más de uno le ha pedido a los
Magos otro 18 de julio”. A lo que el otro responde: “Más de uno y más de dos”.
Claro que estoy preocupado. Como deben estarlo todos
aquellos que creían superados ciertos pasajes. Y es que detrás de los que
suelen darse golpes en el pecho mientras invocan sacrosantos preceptos, las
guadañas están al acecho para sajar los atributos democráticos que tanto
sacrificio nos ha costado alcanzar.
Ojalá hoy sea el inicio de un nuevo ciclo. En el que
discrepar de los andares y decires de Felipe, Letizia y familia no sea
calificado como un insulto por aquellos que hacen del mismo un uso tan
torticero como mendaz. Y me acordé de al menos tres ‘bocachanclas’ (no está en
el diccionario, pero ustedes me entendieron) que medran por este Valle. Espero
que no de lágrimas. En lógica consecuencia, ciertas agrupaciones locales deberán ponerse las
pilas urgentemente.
¡Ah!, los reyes me dejaron un paquete de folios con el
encargo de que siguiera garabateando renglones. En ello estoy.
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