martes, 7 de enero de 2020

El día D

Muy poco original el título, lo sé. Pero podría hacer referencia a la importancia histórica de lo que debe vivirse hoy en el Congreso de los Diputados. Donde se ha instalado un encono que va mucho más allá del debate parlamentario y que dice muy poco en favor de quienes ostentan la representación del pueblo. Vaya ejemplo para una sociedad que se halla sumergida, cada vez más, en un escepticismo político que raya el escándalo. Y ciertos circos, gravísimos y peligrosos, no parecen favorecer a que el desapego desaparezca. Espero, y deseo, que el sosiego vuelva y la desaforada derecha –tres en uno– asuma el papel que constitucionalmente se le reconoce y sepa admitir, de una vez por todas, que en democracia saber perder viste tanto como la victoria más holgada. Y como no quiero caer en la tentación de convertir mi blog en un apéndice de las redes sociales, donde priman la descalificación, el insulto y el agravio barriobajero, a otra cosa, butterfly.

Me decanto más, y de ahí la foto de rigor (tomada de la web municipal realejera), por el día después de la cabalgata de reyes. Todo en minúscula porque llevo unos días de republicanismo acentuado. Que ya no sé si la hemos convertido en un coso carnavalero. O que el paso de los años me vuelve más escéptico y la ilusión se ha ido diluyendo cual azucarillo (o sacarina) al uso.

He llegado a un punto en el que reconozco no saber si los actores principales son los magos de Oriente o los cargos públicos ávidos de protagonismo. Los que entregan la llave de la ciudad, aun no ostentando la población el título pertinente. Como si la actual de Villa (la de Viera) desmereciera de la categoría reflejada en todos los documentos. Es una pena que la magia de la noche del cinco al seis de enero no haga posible que se cumplan objetivos más perentorios.

Como hay un movimiento que aboga por la supresión de los camellos (o dromedarios) –este año hubo media docena como prueba fehaciente del poderío popular; toma dos tazas– debo manifestar que no tengo nada claro este asunto. Porque cada vez que voy a Lanzarote observo cómo los susodichos animales trabajan a destajo en Timanfaya sin que nadie haya levantado la voz para poner sobre la mesa el abuso ante tanto viaje cargados hasta los topes. Ni que exista la misma crítica –al menos no la he constatado– por los números festivos del denominado arrastre de ganado. Porque en los mismos las pobres bestias deben soportar unos pesos que duele nada más pensarlo. Lo mismo  nos estamos pasando –insisto que no lo sé– en las denuncias por el supuesto maltrato animal y pasamos por alto cuestiones de mayor enjundia. Porque a este paso, todos veganos.

Lo que sí tengo claro es que en mi pueblo el grupo de gobierno sabe a la perfección que la cantera debe cuidarse. Y a fe que se vuelcan en ello. Desde un despliegue inusitado de la militancia –alguno con micro en plan showman– hasta la utilización descarada de la infancia y juventud, camiseta azul incluida y concejala aleccionadora. Total, ya bien pudieron dibujarle el charrán. La indisimulada risa del concejal responsable de los festejos pone de manifiesto, bien a las claras, que los principios juveniles (¿o no eran tales?)  pasaron a mejor vida. Y aquellas denuncias de los actos de los que ahora son sus compañeros de viaje se ahogaron en el pesebre del poder. Que todo sea por el Niño Jesús.

La irreligiosidad me causa estragos. La hipocresía, muchos más. Y si enlazo este acontecimiento, que pone fin a la etapa navideña, con lo argumentado al principio, deberé echar mano de la viñeta de Forges cuando uno de sus personajes sostenía: “Estoy seguro de que más de uno le ha pedido a los Magos otro 18 de julio”. A lo que el otro responde: “Más de uno y más de dos”.

Claro que estoy preocupado. Como deben estarlo todos aquellos que creían superados ciertos pasajes. Y es que detrás de los que suelen darse golpes en el pecho mientras invocan sacrosantos preceptos, las guadañas están al acecho para sajar los atributos democráticos que tanto sacrificio nos ha costado alcanzar.

Ojalá hoy sea el inicio de un nuevo ciclo. En el que discrepar de los andares y decires de Felipe, Letizia y familia no sea calificado como un insulto por aquellos que hacen del mismo un uso tan torticero como mendaz. Y me acordé de al menos tres ‘bocachanclas’ (no está en el diccionario, pero ustedes me entendieron) que medran por este Valle. Espero que no de lágrimas. En lógica consecuencia, ciertas agrupaciones locales deberán ponerse las pilas urgentemente.

¡Ah!, los reyes me dejaron un paquete de folios con el encargo de que siguiera garabateando renglones. En ello estoy.

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