Es el titular de una información publicada el 17 de enero de
1920 (lunes) en El Progreso, diario republicano autonomista, editado en Santa
Cruz de Tenerife (c/ San José, número 36, tfno.: 164), ejemplar que se
correspondió con el número 1311 (año V). Y cumpliéndose hoy el centenario, vaya
la transcripción literal de la reseña, que alude a unas declaraciones de Thomas
Alva Edison (se te encendió la bombilla, ¿no?) en una entrevista de un
periodista estadounidense. En ella profetiza acerca de cómo será el mundo
dentro de 200 años. Como ya han transcurrido 100, analicemos si la deriva que
llevamos va en la dirección que conjeturaba o nos desviamos peligrosamente. Me
da que el alma humana (lee hasta el final) sigue siendo un misterio.
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“Un periodista ha interrogado a Edison sobre el porvenir de la
humanidad y el ‘brujo’ ha respondido trazando un cuadro ideal de lo que serán
los hombres en un porvenir relativamente próximo: dentro de doscientos años.
Edison no es un profetizador de oficio. Habla como hombre de
ciencia y augura con el sólido fundamento de su sabiduría y de su genio que, si
le han permitido hacer mucho, le han dejado entrever más en el horizonte
maravilloso de la ciencia.
Los que hemos presenciado el descubrimiento de la telegrafía
y la telefonía sin hilos y la navegación aérea, no podemos dudar de que, en lo
futuro, será realidad lo que hoy apenas puede admitirse como un sueño.
Gracias a la ciencia –dice Edison– dentro de dos siglos el hombre extraerá de la tierra,
del mar y del viento las fuerzas necesarias para asegurarse la vida; y la vida
será entonces tan barata que el obrero más humilde gozará de las comodidades y
dulzuras á que hoy sólo pueden aspirar los capitalistas que gozan de un millón
de renta.
El radium, que todavía no nos ha revelado su energía
fabulosa, será dentro de dos siglos dócil instrumento del hombre. Acaso él solo
bastaría para transformar el mundo; pero habrá algo más: el vapor de los
volcanes, por ejemplo, capaz de mil prodigios, contribuirá á la revolución de la
vida humana.
Somos –añade, perplejo, Edison– ignorantísimos... Todavía
ignoramos qué es la gravedad; desconocemos la naturaleza de la luz, del calor,
de la electricidad. Manejamos estas divinas fuerzas como los niños manejan las
armas de fuego: conducidos por la audacia y sometidos al peligro. Hay perros
amaestrados que saben levantar un picaporte... ¡pero, imaginad si los perros
supieran cómo y porqué se abren las puertas! Así somos los hombres. Vivimos
como el perro. Derramamos la mirada sobre todo lo que nos rodea sin
comprenderlo, sin saber nada de mucho, y apenas sabemos un poquito de algo...
Hemos empezado á sospechar ciertas cosas, pero será
necesaria una enorme evolución de nuestro cerebro para llegar á verlas claras.
La bestial costumbre de matarnos en la guerra prueba que somos animales
todavía, y la repugnante constitución de nuestra sociedad aun lo prueba mejor.
Los vestidos del porvenir serán tan económicos, que los
hombres más pobres vestirán bien y hasta elegantemente. Hoy se obtiene con paja
y madera seda artificial muy superior á la natural más selecta. El bárbaro
cultivo del gusano de seda desaparecerá antes de cincuenta años, como han
muerto, gracias á los modernos laboratorios, otros procedimientos primitivos y
torpes. El alimento se modificará también radicalmente. La brutalidad que ahora
preside nuestra mesa será sustituida por un modo más sobrio, fácil y barato de
restaurar las fuerzas del hombre, sin contar con que el gasto de fuerzas será
infinitamente menor.
No creáis –termina el sabio Edison– que me permito
pronosticar para dentro de doscientos años una era de felicidad humana. Esto de
la felicidad es cosa más honda. Estoy seguro de que, al fin, todas las fuerzas
inmensas, inimaginables que laten en las entrañas del planeta y resbalan sin
aprovechamiento sobre las olas y cruzan los aires, se emplearán en hacer más
dulce la vida del hombre. No puedo predecir si el hombre sabrá dominar las
fuerzas, hasta ahora indómitas, que le destrozan por dentro. Los huracanes, que
hoy son desolación del mundo, gemirán dulcemente bajo la mano de los hijos de
la civilización; los mares, al embravecerse, sólo conseguirán aumentar la
velocidad de los buques, y si se desbordan, se desbordarán en ríos de oro; el
terremoto hoy tan temible, será esperado con ansia, porque dará energías no
soñadas á la industria... Pero del alma de los hombres, nada sé. Hoy un
vendaval produce una catástrofe y un temblor de alma produce un crimen. Dentro
de doscientos años, un temblor de alma producirá probablemente un crimen,
aunque un vendaval produzca un tesoro".
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Hasta el lunes. Ya sabes que los fines de semana no trabajo.
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