En el Heraldo,
en El Liberal, en otros periódicos repercuten ya los ecos de sordas
amenazas que resuenan en toda Europa. En el estado presente de la política
internacional, la guerra que Inglaterra viene sosteniendo en el África del Sur
corre el grave riesgo de no ser un hecho aislado, sino el primer incidente de
esa gran conflagración general, tan temida por todas las naciones, pero tan
anunciada. Ante la situación que una guerra general podría crear á España por
nuestra condición geográfica al extremo de Europa, enfrente de África, sobre el
estrecho de Gibraltar, teniendo á las Canarias en el camino del Transvaal y a
las Baleares entre Francia y Argelia, hasta los menos perspicaces comprenden
que, por fuerza, hemos de jugar un papel en la tragedia que se avecina: ó el
que nosotros elijamos, ó el que nos asigne la mala voluntad de los contrincantes.
Hoy, como tantas otras veces, España corre el riesgo de ser el campo de batalla
de Europa.
Por lo menos las primeras consecuencias de la guerra las hemos de
sufrir nosotros. Con el descaro, con la impudicia de que tanto gasto hacen los
ingleses, lo dicen ya sus periódicos: al primer acto de hostilidad contra Inglaterra,
esta ocupará temporalmente las islas Canarias para asegurar el paso de sus
buques al África del Sur.
Nuestros colegas
ya citados se indignan, protestan, claman contra las intenciones británicas y
se manifiestan, sobre todo, sorprendidos de ellas. A nosotros nos causa la
misma indignación la noticia, pero no nos sorprende. Hace mucho tiempo, cuando
aquí no se ocupaba nadie de las islas Canarias, nosotros alzamos nuestra voz
para defender sus intereses, y en todo este tiempo, constantemente, sin
dejarnos abatir por la inutilidad de nuestras reclamaciones, nuestra voz no ha
enmudecido ni un momento. Se han sucedido las situaciones políticas, han
turnado en el poder los partidos políticos, han cambiado los ministros de la
Guerra; sólo no han cambiado dos cosas: nuestro batallar en pro de Canarias y
la indiferencia de los Gobiernos constituidos.
Fácil nos
sería exhumar textos, reproducir artículos, si hubiéramos de probar esa tesis,
si no tuviéramos la convicción de que nuestros lectores la recuerdan.
Conocedores de la situación en que se hallan las antiguas Afortunadas, habiendo
tenido ocasión de ver sobre el terreno el abandono en que se las tiene, el
desdén con que se las trata y que pugna con el interés con que las mira y considera
el extranjero, su estado de indefensión, sus inmejorables condiciones
defensivas, no nos cansamos de abogar por que se reconozca la importancia de su
papel en el Atlántico, los mil y mil atractivos que en si atesoran para
cualquier nación potente... Y aduciendo argumentos sobre argumentos, hemos
dicho cuáles son sus recursos, cuáles sus necesidades más urgentes.
Hace pocos meses, y con ocasión de haber sido nombrado capitán
general de las islas el bizarro general Bargés, hemos encontrado un auxiliar
valioso en la campaña, porque el general, rompiendo el molde en que hasta ahora
parecían vaciados todos los capitanes generales qué allí enviaba la Metrópoli
como á punto de espera para aguardar vacante en la Península, ha recorrido una
por una todas las islas, se ha enterado minuciosamente de lo que á cada una
hace falta, ha comprendido, con intuición maravillosa, los términos del
problema que allí habrá de plantearse y ha sintetizado, en peticiones
justificadas, los elementos de defensa que necesita el Archipiélago.
Por un
momento, lo declaramos con toda sinceridad, por un momento hemos creído y hemos
esperado. Mientras sólo éramos nosotros los que pedían y clamaban podía admitirse
que los Gobiernos imprevisores de España se mantuvieran distraídos. Pero ahora
es el capitán general quien habla, es la autoridad superior de las islas quien
declara formalmente que si no se le dan los recursos que pide tendrá que
presentar la dimisión, para no comprometer su fama de hombre serio y su honor de
soldado en la loca empresa de luchar con lo imposible. Hemos creído, si; hemos esperado.
El correo y el cable, en competencia, han traído de Canarias á Madrid demandas
justas y han llevado de Madrid á Canarias promesas solemnes, compromisos que
parecen inescusables...
El tiempo,
sin embargo, pasa y nada se ha hecho y nada tampoco se hace. Detenidos por
estériles formulismos, los refuerzos ofrecidos no se pueden enviar, los
recursos demandados no se pueden reunir. Al cabo de tanto tiempo, cuando tan
crítica es la situación de Europa, nada se ha hecho, nada se hace. Si la guerra
llegase á estallar, nos encontraría absolutamente desprevenidos. Cuando un
pabellón extranjero flotase sobre aquellas tierras, porción sagrada del
patriotismo nacional, nuestros Gobiernos estarían aún sin decidir sobre el
envío de elementos defensivos á las islas Afortunadas.
(Concluimos mañana)
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