Amén de éxitos y parabienes. Porque, al final, serán los nuestros.
Y si ello es así, significaría que se habrían despejado muchos horizontes. Los
que en el inicio de la travesía –y al propio debate me remito– se presentan con
demasiada turbidez. Pues los procederes nauseabundos de una derecha recalcitrante,
retrógrada y repugnante (al menos en ciertos pasajes), que ha sido capaz de
contaminar los más elementales principios básicos de toda democracia que se precie,
es el preámbulo de un océano minado por doquier. El singular, pero ya típico,
tres en uno ha demostrado ser un mal perdedor de muchos quilates. Sentado y a
la espera quedo de las andanadas de los “bocachanclas” citados en el post de ayer.
A uno, verbigracia, le queda un suspiro en cierto medio radiofónico privado,
pero que él ha tomado como suyo, y que le va a suponer otro estampido (¿o debo
escribir despido?) al menos tan sonoro como uno anterior. Claro, se
envalentonan, se les calienta el gaznate y se olvidan de malos tragos en un
pretérito no tan lejano.
Pero hoy quería realizar un ejercicio que no debiera. Porque
un articulista nunca es protagonista de nada. Tranquilos, este miércoles
tampoco lo será así. Aunque me apetece contar un retorno que, a tenor de los
acontecimientos que se vienen produciendo, no ha sido capaz de cumplir el
objetivo marcado en el instante de iniciar la partida, pero que, a cambio (¿efectos
colaterales?), me ha provocado varias satisfacciones a modo de pactos, de
consensos, de diálogos. Me explico:
A principios de marzo de 2018 decidí volver a darme de alta
en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) tras bastantes años alejado de
primeras líneas. Bueno, ahora también lo estoy, pero me voy acercando. Solo me
queda, a la chita callando y a través de hilvanar párrafos provocaconciencias, que los realejeros despierten de la
bobaliconería en la que los tiene sumidos un alcalde que no lo es. Que no solo
vende humo en frascos, sino que, además, se va a la radio pública municipal a
mentir como un bellaco. Sobreactuando y echando culpas a siniestro. Como en el
caso del tristemente famoso muro de La Montaña. Como buen cazador, él dispara
que da gusto. Espero que nunca lo haga hacia abajo.
Me afilié, insisto, de manera directa. A través de la web
del partido sin necesidad de acudir a la agrupación local. Eso lo hice más
tarde, cuando el hecho estuvo consumado. Y retorné con el único objetivo de
echar una mano en la política local. Y el éxito a la vista está: rien de rien.
Sin embargo, cuánto me alegro de que Gobierno de España,
Gobierno de Canarias, Gobierno del Cabildo de Tenerife, Gobiernos de municipios
de esta isla y hasta el de mi propia casa (mi mujer mostró mucha más alegría
por la investidura de Pedro Sánchez que la de un servidor, que se encontraba en
ese momento dedicado al noble oficio de la agricultura en Las Abiertas) no se hallen
regidos por insultadores profesionales. El cambio de panorama desde ese arranque
primaveral de hace casi dos años es más que evidente. Creo que se me nota en la
cara, porque ayer me dijeron que seguía igualito. No me aclaró si de feo,
torcido o malparado.
Cuánto me alegraría de que se pusieran las pilas en mi
pueblo. La zona de La Cascabela requiere buen meneo. Subo y bajo, bajo y subo,
y casi muerta. Porque desmontar el bluf
(traduzco: farol) de Domínguez es cuestión de persuasión, de pedagogía, de
paciencia. Pero hasta en eso fallamos: no comunicamos. Y Manolo así se da
gusto, nada a sus anchas. Y como tenemos el periodismo que nos merecemos, vendido
al mejor postor, denigrando una profesión que debería ser siempre árbitro, así
nos va.
Bueno, hoy se retomaron las clases en los centros educativos
de Canarias. Pero desde hace nada más y nada menos que once años, yo me quedo
en casa. Y ahora que me acuerdo, espero que cuando Casimiro invite a Pedro,
para que visite La Gomera, no se olvide de avisarme. Ya está.
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