martes, 21 de enero de 2020

El pin parental

¿Tú también?, te preguntarás, y con razón. Pues sí, me subo a la guagua de opinadores dado que he podido comprobar cómo debaten sobre este particular muchos encumbrados en las redes sociales y me temo que las tres cuartas partes de ellos –como casi siempre y a tenor de lo que uno puede leer y luego darle al magín, que para eso está– no saben de qué va la película.

¿Qué es el denominado pin parental que plantea Vox? Se trata de una solicitud por escrito a la dirección de los centros para que se les informe sobre cualquier materia, charla, taller o actividad que afecte a cuestiones relacionadas con la identidad de género, el feminismo o la diversidad LGTBI, a fin de que autoricen, o no, la asistencia de sus hijos.

No me voy a extender en fundamentos legales porque no poseo conocimientos suficientes al respecto. Pero sí que observo que no solo políticos de izquierda han puesto el grito en el cielo, sino que se han sumado a la protesta prestigiosos juristas, como el juez Emilio Calatayud, nada sospechoso en sentencias relacionadas con los jóvenes, quien sostiene que los hijos no son propiedad de los padres ni del Estado, por lo que propone, para zanjar el asunto, que sean de Dios y arreglado el entuerto. Es más, como las creencias religiosas abarcan innumerables deidades, que cada cual se arrime al ascua que más le caliente.

Pero es que hasta el Papa Francisco ha venido a ratificar el planteamiento que esgrimió Celáa, la ministra de Educación, hace unos días. Los padres somos custodios y no dueños. Y como el propio Vaticano, que no es santo de mi devoción, sostiene que Vox es un partido de extrema derecha, me atrevo a poner en duda la buena voluntad de esos padres que pretenden meter a sus vástagos en una urna de cristal para que no sean contaminados por las hordas rojas del profesorado. Creo que para tal menester están los colegios privados –la inmensa mayoría de carácter religioso–, que ya se encargan en sus respectivos idearios de poner los puntos sobre las íes.

Como Vox no se ha aclarado acerca de lo que significa la identidad de género y sí enfatiza lo del feminismo y diversidad LGTBI, deduzco, en buena lógica, que lo que la tropa de Abascal proyecta es una sociedad mucho más machista que la que hemos vivido desde que al creador se le ocurrió lo de la costilla, donde prime el varón de pelo en pecho y reimplantar la ley de vagos y maleantes para volver a meter en el saco a cuanto maricón asome la patita.

De tal suerte, cuando el maestro de escuela se disponga a impartir una clase de anatomía (ni siquiera me atrevo a insinuar que sea de educación sexual), previamente contemplada en la Programación General Anual y debidamente aprobada por el Consejo Escolar, deberá tener sumo cuidado en ocultar determinados pasajes de los aparatos urinario y excretor, no sea que la Inquisición se halle al acecho detrás de la puerta.

Nos quejábamos, cuando uno era miembro activo de la comunidad educativa, de la excesiva burocracia en los centros. Porque nos comían los papeles y se relegaba nuestra verdadera misión al de cualquier actor secundario. Si se continuara con esta deriva voxiana, apoyada incondicionalmente por el ejército popular –ay, Casado, a dónde vas–, la escuela dejaría de ser lo que es para convertirse en correas de transmisión de fanatismos anacrónicos.

Mas si me preocupa esta situación, y todo lo que subyace en torno a ella, no menos dejo de reconocer que el Partido Popular –ya de Ciudadanos nada escribo hasta que pongan en claro adónde van–, tan demócrata y constitucionalista él, debería mirarse a un espejo. Y luego dejarse de reuniones interparlamentarias (como la habida esta pasado fin de semana en Canarias), olvidar lemas de enganche (bajar impuestos para crear empleo) y recapacitar si España mejora con ese ir de la mano de quienes viven del conflicto y se alimentan de todo el excremento que cualquier sociedad produce. Las manifestaciones del vicesecretario nacional de Política Territorial, Antonio González Terol, hace unos días, en presencia de Australia Navarro, Manuel Domínguez (quien fuera alcalde mi pueblo hasta hace unos meses) y otros dirigentes populares, dejan bien a las claras la falsedad de un partido en las cuestiones de cierta enjundia. Si creen que aplaudiendo los dictados de Vox y comulgando con piedras de molino (a cuadrarse y saludo cuartelero) para sacar adelante presupuestos, por ejemplo, van a obtener réditos inminentes, craso error.

Si las derivas de Albert Rivera, secundadas ahora por Arrimadas, ha conducido a que Ciudadanos se haya convertido en algo marginal, intuyo que Casado tiene en el horizonte cercano una tormenta de imprevisibles consecuencias por sus posturas y actitudes. Me extraña que el comedido –al menos eso nos vende– y actual parlamentario Domínguez no haya elevado queja alguna.

Si hasta ayer todos éramos periodistas, a partir de ahora todos seremos docentes. Aunque los que están por arriba del bien y del mal disponen de la ventaja de poder adquirir títulos y másteres a base de talonario en cualquier universidad. Sea la del borbón Juan Carlos o la de Wyoming.

Lo mismo, transcurrido un tiempo, las aguas volverán a su cauce. El PP siempre se ha sabido aprovechar para practicar en la intimidad lo contrario de lo que expresan públicamente. Ya Aznar habló catalán con Pujol. Ocurrirá con lo del pin, ya lo verán. Aunque deban cambiar a un Casado por un separado. Incluso en aquellas cuestiones que someten a procedimientos judiciales y de puertas adentro... derecho al honor y todo eso. Divorciados y homosexuales, del felpudo de la entrada hacia afuera. Es que yo en mi vida privada... Hipócritas.

Mañana es festivo en mi pueblo.

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