jueves, 13 de febrero de 2020

Miserables

No hago referencia a la novela (Los miserables) de Víctor Hugo, publicada en 1862, paradigma del romanticismo francés, en la que se entabla una discusión sobre el bien y el mal, y que se erige en una defensa de los oprimidos a través de un retrato de la sociedad en una de las épocas más convulsas de la historia de aquel país.

¿Entonces? ¿Y esa ilustración tan sugerente?

Surge todo tras quedar impactado por las declaraciones de un político popular tras presentarse (tercera intentona) en el Congreso de los Diputados el proyecto de ley de eutanasia. De la que cualquier ciudadano puede tener la debida información a través de los múltiples canales que los medios de comunicación nos brindan. Y, como no puede ser de otra manera, sumergiéndonos en el vasto océano que Internet pone a nuestro alcance. Donde podrás comprobar que la supuesta carta blanca para eliminar cargas presupuestarias (jolines, cómo me  retrotrae a tiempos pretéritos de infausta memoria) no solo no es tal, sino que los requisitos a cumplir se hallan estrictamente regulados. Y, al tiempo que indagas, también podrás obtener datos del efecto colateral, perdón, del cargo público en cuestión, cuyo nombre y filiación ahora omito para no dar publicidad gratuita a otro de los retrógrados que compite con Vox para comprobar quién la tiene más grande (la lengua).

Manifestó el caballero, de manera directa y tajante, que esta nueva propuesta del izquierdoso gobierno español constituye una prueba más de su política de recortes, y que por ello se invita a la gente a perder la vida con esta ley de suicidio asistido a fin de liberar las arcas públicas de semejante carga económica.

“En estos momentos tienen graves problemas de financiación del Estado del bienestar. Cada vez que desaparece una persona de estas características, desaparece un problema económico y financiero para el Estado. Cada vez que una de estas personas es empujada al fallecimiento por la vía de la eutanasia, el Estado está ahorrando muchísimo. Detrás hay una filosofía de la izquierda para evitar el coste social del envejecimiento en nuestro país”.

“Poner fin a una vida puede costar poco más de 300 euros, en tanto que cuidar adecuadamente a un enfermo de estas características, habitualmente personas de avanzada edad, puede conllevar una factura de entre 15.000 y 20.000 euros anuales, a los que hay que sumar la pensión y las prestaciones por dependencia. Por ello, el objetivo último no es otro que el de reducir el gasto público”.

Entenderás que, a lo peor, con miserables me quedo corto. Porque una cosa es discrepar de los enfoques políticos y otra bien diferente el recurrir a tales argumentos para desprestigiar al oponente. Como si fuera Pedro Sánchez el poderhabiente en materia tan delicada, el facultado para ejecutar últimas voluntades. Esta huida hacia adelante del Partido Popular, en franca competencia con la ultraderecha voxiana, choca frontalmente con la postura de sus colegas europeos (ahí tienen el caso alemán) en la defensa a ultranza de los principios democráticos, que se traducen en la negativa a pactos con quienes sueñan con la involución en cada instante del día (y de la noche).

En la composición fotográfica, junto a los ¿líderes? nacional, autonómico e insular, los que fueron presidentes del Gobierno de España en representación de la marca PP. Que han sido llamados a declarar como testigos en el caso de la caja B. Esa de la que Bárcenas decía saber mucho. Pero de la que Aznar y Rajoy –te apuesto 50 céntimos– alegarán amnesia total. Y tan lúcidos que se presentan para otros asuntos.

No valen subterfugios ni escaqueos. Estos son los cabezas visibles del PP actual. Cada cual en su ámbito. Tan olvidadizos como los que se surtieron ilegalmente de una contabilidad paralela, pero solo estaban para poner la mano. No son los más cercanos entes abstractos no sujetos a dictados, ni los niños disfrazados de angelitos (con sus alitas y todo), ni una coral de voces blancas que nos deleita con armoniosos cánticos. Son todos, en suma, los que ahora negarán el derecho, para quienes sufran una enfermedad incurable, a una “buena muerte” y con el objeto de evitar un sufrimiento. Aunque en un futuro no tan lejano actuarán de manera equivalente a como lo hicieron con otras leyes que bien les han servido para tapar vergüenzas. Sí, aquí en el pueblo los hay. Y van siempre de carnaval en carnaval disfrazados de blancos corderos.

El DRAE nos aclara, en su primera acepción, que miserable es un adjetivo que se aplica a las personas y que significa ruin o canalla. Ojalá no se vean jamás en la tesitura de Mar adentro. Porque, desgraciadamente, situaciones como la de Ramón Sampedro se producen con mayor frecuencia que la deseada. Pero este es particular que excede del ámbito local, ¿verdad, Manolo? Mójate, hombre, sé valiente. Ponte en la proa del correíllo La Palma y…

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