Siento no haber sido capaz de contabilizar las ocasiones en
que he plasmado unas líneas de la isla de La Gomera. En los varios millares de
artículos publicados, a buen seguro que algunas decenas. Y de cómo y cuándo
llegué a ella por primera vez, también. Entre las fotografías (escaneadas) que
amenizan estos párrafos (todas del pasado siglo, algunas con más de treinta
años), una del verano de 1962, año en que se puso en funcionamiento el viejo
campamento de El Cedro, en la zona de Las Mimbreras, y observarás un grupo de
muchachos realejeros delante de la tienda que nos sirvió de cobijo durante las
tres semanas de estancia en aquellos entrañables parajes. Con los baños en las
aguas heladas de El Riachuelo y los paseos vespertinos hasta la ermita de Nuestra
Señora de Lourdes, “inaugurada” en agosto de 1935 y cuya promotora fue la
inglesa Florence Stephan Parry, quien fuera institutriz de los hijos de don Mario
Novaro Parodi, propietario de una fábrica de conservas ubicada en La Cantera
(Alajeró). En la placa colocada en una de las paredes de la ermita se indica
que doña Florencia murió en 1964. Era viva, pues, cuando yo recalé por aquellos
lares a bordo del correíllo La Palma.
Pero ahora La Gomera es noticia por mor de un virus, del
coronavirus. Y los medios de comunicación tradicionales, por si fuera poco el
desmedido afán de protagonismo de las redes sociales, se han lanzado, en
competencia feroz, a poner el ventilador en marcha. Que se esparzan los efluvios
del despropósito. Leña al mono, que la novedad lo requiere y el morbo manda.
No es mi intención cansarte con información que ya conoces a
través de otros conductos. Sobre todo, y es cuestión a tener siempre en cuenta,
la de los cauces oficiales. Algunos especialistas de la medicina han tenido que
salir a la palestra para intentar poner algo de cordura en el maremágnum
organizado. Porque cada vez que surgen imprevistos en la vida, es sintomática
la casuística: nacen por generación espontánea los expertos para disertar las
sandeces de rigor y difundir los malévolos bulos que ensanchan los límites del
lodazal.
No echemos más gasolina al fuego, le escuché a cierto doctor
en un vídeo que difundió con la finalidad de solicitar la debida prudencia y
exigir un mínimo de sensatez en lo que se publica. Los chismes, los rumores,
cuando no, directamente, falsedades y engaños, se erigen en protagonistas de
una situación que requiere tranquilidad y sosiego. Porque los excesos, también
los informativos (no contrastados en la mayoría de ocasiones), siempre acarrean
consecuencias nefastas. Nos olvidamos de que enfermedades como el sarampión y
la tosferina –tan comunes no ha tanto– fueron altamente contagiosas. Mucho más
que esta que ahora nos concita. O la misma gripe, que ya tomamos como una
normalidad más, y cuya letalidad es superior. Debe ser que la costumbre nos
hace olvidar los efectos colaterales.
Me apena sobremanera que los tan cuestionados medios de
comunicación se presten a componendas tales. Porque con semejantes procederes
solo aumentan el descrédito de una profesión que requiere, urgentemente, otros
mimbres. Y que se venga a La Gomera, mi querida Gomera, a condimentar bulos que
conducen a confusiones de imprevisibles consecuencias, me repugna. Luego, con
el paso del tiempo, nos seguiremos quejando del choteo en que nos sumergimos
cada vez más. Y cuando el lector, cansado de tanto bombardeo infumable, nos
deje tirados en la cuneta, se escuchará el triste lamento, espero que no
silbado, por las propias laderas y barrancos de esa isla a la que en estos momentos
ponemos en valor, pero negativo.
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