martes, 11 de febrero de 2020

Primicias

Tuvo que salir Casimiro Curbelo a desmentir cierto bulo que, según escuché en sus declaraciones, circuló por las redes sociales y que señalaba la huida de los turistas alemanes, alojados en la villa gomera de Hermigua, que vinieron de vacaciones con el todavía ingresado en el hospital de aquella isla y afectado, aunque asintomático, por el coronavirus. Según el rumor que se extendió, los indicados visitantes, que pasan el periodo de cuarentena (catorce días) en su lugar de vacaciones, se habían marchado de la isla, dándose cuenta, además, y con todo lujo de detalles, de la manera que lo hicieron y de los medios de transporte utilizados.

Que las redes sociales se presten a componendas tales, que todos nos hayamos convertido en prestigiosos y afamados comunicadores, que cada cual interprete la realidad como mejor le venga en gana y otras nimiedades de porte parecido, parece hasta normal en un mundo en que prima la rapidez y donde lo acaecido cinco segundos atrás pasa a un plano secundario, cuando no al más ignominioso de los olvidos, con facilidad pasmosa.

Y  de este afán de protagonismo barato se han contagiado, peligrosamente, los medios de comunicación tradicionales. Porque elevamos a rango de noticia todo soplo inconsistente por aquello de la primicia, la fama y otras zarandajas varias, con el peligro evidente del más espantoso de los ridículos. Y como nadie se baja del burro para retractarse de las meteduras de pata, el prestigio del gremio, demasiado ocupado por advenedizos de escasa monta, ya raya el más bufo de lo absurdos.

Dos esclarecidos periodistas, de los que se prodigan en proclamarse (a sí mismos mismamente) como adalides del buen quehacer, de la seriedad, de la constatación de lo publicado y/o emitido, de beber hasta en las fuentes secas y todos esos santos principios que debieran regir la profesión, se han subido al carro de los despropósitos. Y en el transcurso de cierto programa televisivo en una de las cadenas locales aún existentes en estos predios lanzaron, urbi et orbi, que, efectivamente, los alemanes habían puesto pies en polvorosa.

He esperado unos días para comprobar si tenía lugar la rectificación oportuna, reconocer el error algo que en la raza humana acaece, por desgracia, con poca frecuencia─, pero todavía, al menos hasta cuando estas líneas redacto, ninguno de los dos se ha bajado del burro. A lo peor es que el concurso de murgas solapó la supuesta exclusiva y va en el mismo paquete lo comido por lo servido.

Escribía días atrás en mi artículo ‘La Gomera’ (publicado en este blog el 4 de febrero próximo pasado) el siguiente párrafo:

“Me apena sobremanera que los tan cuestionados medios de comunicación se presten a componendas tales. Porque con semejantes procederes solo aumentan el descrédito de una profesión que requiere, urgentemente, otros mimbres. Y que se venga a La Gomera, mi querida Gomera, a condimentar bulos que conducen a confusiones de imprevisibles consecuencias, me repugna. Luego, con el paso del tiempo, nos seguiremos quejando del choteo en que nos sumergimos cada vez más. Y cuando el lector, cansado de tanto bombardeo infumable, nos deje tirados en la cuneta, se escuchará el triste lamento, espero que no silbado, por las propias laderas y barrancos de esa isla a la que en estos momentos ponemos en valor, pero negativo”.

Cambien lector por telespectador o radioyente y en las mismas seguimos. Podría alegarse de que estas cuestiones deberían ser solventadas (enseñadas) en las universidades, contempladas en los respectivos planes de estudios. Yo, sinceramente, creo que no. Porque todo aquel cuyo sentido común no le permita ver con nitidez meridiana conceptos tan elementales, no merece que le acerquen una alcachofa a cierta abertura situada debajo de la nariz. Es más, deberían estar en posesión de una orden de alejamiento.

Estos, así como los insultadores profesionales (hay peligro de contagio por este Norte), siguen poniendo el listón muy alto en el ranking de los despropósitos. Así nos va. Qué gentes. Qué radios (y teles). Qué grillos. Qué disparates. Qué chanchullar más obsceno. Qué almóndigas. Qué toballas.  En suma, qué nivel.

1 comentario:

  1. Muy bien, profe. Estas cosas demuestran que el sentido común de algunos es el menos común de los sentidos. ¿Para qué hablar entonces de la deontología profesional? Lo peor es que unos cuantos, encima, van dando lecciones de periodismo y ética. Sin remedio.

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