Aunque
todos, hayamos estado allá o no, cantamos idéntico estribillo: qué pena de un
país tan rico… Y le he escuchado reiteradamente a Maduro esa contradicción,
pues sostiene que los Estados Unidos solo pretenden quedarse con las riquezas
que la pródiga naturaleza ha estimado conveniente regar por las fértiles
tierras venezolanas. No será un servidor quien le quite la razón. Pero lanza
una retahíla de elementos tan valiosos que uno patina en seco al no comprender
cómo es posible que con ellos no haya sido posible sacar de la miseria al
pueblo. A no ser que el propio régimen actual dé por sentado que mucho debe
estar fallando en el reparto de los bienes, lo que iría en contra de sagrados
principios socialistas. Como nado en un mar de confusiones y sentimientos
encontrados, me repatea el que se recurra a las redes sociales para debatir
cuestiones de tanta enjundia. En las que se vierten sesudos análisis que te
provocan retortijones de estómago, como si hubieses ingerido un par de arepas
más de las estrictamente recomendables. Van dos décimas concatenadas:
El afer venezolano
no veo yo que difiera
de otro proyecto cualquiera
por su tratamiento plano.
Los sesos yo me devano
al intentar comprender
un tema, que debe ser,
más serio que el comentario
ligero del visionario
que en la red quiere
vender
asunto de tal calado,
desviando la atención
sin mayor preocupación
y con total desenfado.
El problema así es tratado
con ligereza absoluta,
incluso a otros se imputa
todos los males habidos,
al creer que repartidos
se puede cambiar la ruta.
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