El triste ejemplo andaluz debería ser la anécdota. Porque
nos jugamos mucho. Incluso con derechos que entendíamos intocables. En las
próximas elecciones generales a celebrar el 28 de abril, todos partimos de cero
en el casillero de salida. Pero el todos son iguales y el no pienso ir a votar
es alimento de aquellos cuya visión no contempla como principal objetivo el
progreso ciudadano. Los lamentos a posteriori de bien poco nos van a servir, no
valdrán de consuelo. Puede que el cuerpo te pida la abstención, pues, quizás, entiendes
podría ser un método de venganza ante tanto desaguisado en el devenir de las
formaciones políticas. Y eso, precisamente, es lo que esperan aquellos que
andan al acecho para seguir la senda del recorte, de las rebajas, cuando no de la
congelación. Como lo hicieron ayer y ahora parecen haberse olvidado cuando son
capaces de ir de la mano de la intolerancia personificada. Creo que los
pensionistas tenemos mucho que alegar en este discurso. Y estos salvadores baratos
de la patria, adquiridos a precio de saldo en cualquier tienda de chinos, cortados
por idéntica tijera, pretenden sorprendernos con sus juegos malabares. Hay que
levantarse del sillón porque solo con la movilización masiva del electorado
progresista podremos revertir la peligrosa situación. Nos jugamos el futuro entre la España de las derechas y la España de los derechos.
No debes quedarte en casa
el veintiocho de abril,
puede apagarse el candil,
no es motivo para guasa.
No alegues que nada pasa
si tú no vas a votar,
pues cuando veas menguar
tanto logro conseguido
y te sientas bien jodido,
vete a la plaza a llorar.
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