Se habrán percatado de que muchos políticos –sobre todo
aquellos de alto rango– se privan por pasear en horas de trabajo. Porque ellos,
al igual que tú y yo, se deben a quien les abona sus honorarios, llámese
parlamento, cabildo, ayuntamiento o el sursuncorda. Pero tienen que haber pagado una
bula especial para disfrutar de dispendios inimaginables. Bien saben mis estimados
lectores que el ejemplo paradigmático del hecho que comento no se halla muy
lejos de donde ahora mismo tecleo estas líneas. Aunque, desgraciadamente, no es
el único caso. Y para un servidor –me temo que somos unos cuantos– eso es un
robo a mano armada. Tan digno de ser sometido a severo juicio como el del cualquier
ratero al uso. En estos meses de olfateo electoral, las giras se convierten en
moneda de cambio. Y dado que son unos genios simultaneando cargos, deben, por
razones obvias de la no ubicuidad, incumplir con demasiadas obligaciones. Hazlo
tú en el trabajo. Con sinvergüenza me quedo corto. Ilustro con una viñeta de
carácter general, pero tú puedes poner la foto del que estás pensando; no te
cortes.
Mi religión no permite
votar al ladrón confeso,
al que pasea bien tieso
mientras mis euros derrite.
Vaya, pues, muy fuerte envite
a quien pretende engañar
y de nuevo comerciar
con el voto ciudadano,
tomando el pelo al paisano
cuyo sueldo va a pagar.
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