Que nos jugamos muchísimo este próximo 28 de abril queda
fuera de toda duda. Porque los andares de estas nuevas hornadas no parecen los más
idóneos. E insisto que no valdría para quedarnos en casa la vieja cantinela de
que no me convence ninguno. Al cien por cien, te puedo asegurar que a mí
tampoco. Uno echa la vista atrás y, tras aceptar que las comparaciones siempre
resultan odiosas, surge la pregunta de si no habremos profesionalizado la
política hasta los extremos de olvidarnos del verdadero objetivo de todo tipo
de gestión pública. Por razones obvias de este entretenimiento que me sirve
para plasmar pareceres por escrito, procuro estar al día en todo lo que se
cuece en este país a todos los niveles. Y en días como hoy –redacto estas
líneas el domingo por la tarde, convaleciente aún de un singular resfriado que
no vi llegar y no pude agacharme a tiempo– dejo volar la imaginación para
plantearme si las mejoras económicas de las arcas públicas no han posibilitado
el pertinente progreso de los que se hallan ahora al frente de esas
instituciones. Me da que no, y siento temor ante lo que pueda ocurrir si no nos
sublevamos con una concurrencia masiva que haga reventar las urnas. La décima,
como otras tantas, es producto de los estados febriles.
Con el pacto electoral
de Ángel Víctor y Curbelo,
lo mismo voy y me cuelo
¿en qué puesto?, me da igual.
Porque tendré doble aval
para ser yo candidato,
así que dentro de un rato
bajaré de La Corona,
para adecuarme a la trona
del renovado formato.
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