Si me apuran, cada seis meses, pero como no habría tiempo
para recuperarnos de tanta emoción, dejémoslo en carácter anual. Me refiero,
claro está, a las elecciones. De toda índole, porque en las más cercanas, las
locales, te habrás percatado de la cantidad de piche que aparece en los
despachos de los alcaldes. Hasta Puerto de la Cruz, ciudad que tiene las calles
más horrorosas de casi toda Canarias, se ha subido por fin al carro de renovar
el negro manto de algunas calzadas. Y Lope recibió el manual de instrucciones
fotográficas de Domínguez y el asesoramiento de algunas promesas que, aunque no
han dado un palo al agua en su vida, ya se mueven placenteramente por las
corrientes aún favorables y antes de que se cambien las tornas. El único problema
que atisbo vendría determinado por la presencia masiva de virus, perdón, de internautas
–en qué estaría yo pensando– por ese conjunto descentralizado de redes de
comunicación interconectadas que utilizan la familia de protocolos TCP/IP. Y
ante la avalancha casi permanente, ¿aguantaría la World Wide Web?
Un recorrido virtual
nos dice que hay
elecciones,
porque surgen a montones
aspirantes de manual.
Se repite el ritual
de promesas por doquier
de unas gentes que hasta ayer
guardaron un gran silencio
y, de repente, evidencio
un desmedido querer.