Entiendo que vivimos en la sociedad de los excesos.
Deberíamos elevar a la categoría de himno nacional aquella canción cuyo
estribillo repetía hasta la saciedad lo de todos queremos más. Porque es tal el
cúmulo de canales a nuestro alcance para enterarnos de lo que acontece en el
mundo, que la avalancha brutal de opiniones, que no información veraz, ha ido
calando de tal manera que ha creado estados de confusión dignos de profundos
estudios psiquiátricos. Si añadimos las ¿ventajas? que el móvil nos pone en el
mercado del consumo, con aplicaciones que nos convierten en avezados reporteros
sin necesidad de saber quién demonios fue Herbert Marshall McLuhan, ni mucho
menos qué me vienes a contar de la aldea global, va el cóctel bien servido.
Un servidor, para no estar buscando ejemplos más allá de las
fronteras de la Villa de Viera, dispone de una pestaña en la barra de tareas
cuando accede a Internet bajo el epígrafe ‘Periódicos’. Y a fe que se abre
todos los días para el atiborramiento de rigor. Son, sin duda, ventajas del
jubilado. Pero cuando acabo la faena y cierro el negocio, me pregunto cada día
si ha merecido la pena esa dedicación casi religiosa. Si uno fuese más
inteligente y dispusiese de estudios de cierto empaque, quizás tendría en el
mercado varias publicaciones con análisis concienzudos de titulares de enjundia
en prácticamente todas las cabeceras del amplísimo espectro. Imagínate que me
diera (o diese) por ahogarme en el meollo.
Aquellos osados que nos dedicamos a escribir artículos de
opinión nadamos en mares de abundancia cuando nos sentamos ante el teclado para
lanzar el envite diario. No fallan, afortunadamente, motivos para plasmar
pareceres. Por lo que el hecho de alongarme Desde La Corona, y a fe que no te
miento, no supone demasiados quebraderos de cabeza. Y qué bien me ha venido la
confrontación del rubio de la Casa Blanca contra el imperio chino de Huawei.
Para ratificarme en la misión casi imposible de sumergirme en otra disparatada
dinámica: la de WhatsApp. Vale, soy raro.
Creo que me salió algo extensa la entradilla. Ya voy por
unas 340 palabras y casi me olvido de dos ocurrencias de unos supuestos líderes
políticos que andan a la greña por la ocupación de ciertos espacios. Ambos
repitieron, exigieron, demandaron, suplicaron, bueno, casi lloraron para que
tras los procesos electorales se dejara gobernar a las listas más votadas. Pero
como los electores se equivocaron al depositar su voto en la urna, hecho que
les provocó una profunda crisis de amnesia, ahora andan a la greña con un tal
Sánchez, ganador de las elecciones del pasado mes abril según todos los medios
consultados, y donde dije…
El primero de ellos, Alberto “Ribera del Duero” (según vislumbré
hace unos días merced a la ocurrencia de un descubridor de vinos; en el
presente caso, hoy tinto y mañana blanco), no sé si niñato que pretendía ser
progre o ignorante redomado, ya se niega a reunirse con quien, gústele o no,
será presidente del Gobierno más temprano que tarde. Porque Iglesias no puede
meter la pata por segunda vez y atenerse al peligro de otra convocatoria y
porque la rancia derecha (¿te pongo siglas?) se halla más preocupada en
acomodarse al terreno de juego que en facilitar entendimientos de carácter
global.
El otro, Pablo Casado (y de seguir así, Divorciado), no
contento con el paripé canario de semanas atrás, ofrece a Pedro Sánchez un plan
para que supere la investidura sin el apoyo de los independentistas. Y se
brinda, incluso, a dialogar con CC para que los seudonacionalistas canarios se
suban al carro. Recordando la ridiculez del viaje de Egea y Maroto a Las
Palmas, mejor sería que guardara prudente silencio al menos hasta después del
verano.
Como aparezcan unas cuantas olas de calor más, la fritura de
dendritas y axones en la reducida masa neuronal de estas jóvenes lumbreras de
50 céntimos la docena será acontecer a debatir. Puede que tanto como la polémica
suscitada con los bueyes y vacas en las romerías. Y es que el reino animal
siempre depara sorpresas.
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