viernes, 19 de julio de 2019

¿Qué hay de lo mío?

Estos periodos tan largos entre las elecciones y la configuración de las estructuras gubernamentales traen a mal vivir a más de uno. Sabido es que en todas las formaciones políticas conviven los afiliados por el interés. Que están siempre ojo avizor para medrar en lo que caiga. Y a fe que no lo disimulan. Y Facebook delata al más pintado.
Como el PSOE canario no se había visto en otra, y esta organización no es ajena a las prácticas precitadas, es tal la pléyade de cargos a cubrir, junto a la cohorte de allegados y afines, que las redes sociales se incendian con comentarios laudatorios, felicitaciones y demás parafernalia del bien quedar. En suma, se entra en la fase de mirar con buenos ojos.
Algunos no pegan ojo durante días porque la incertidumbre machaca cada instante de la espera. Son los que ansían escalar peldaños por sus ojos bellidos, a saber, por la cara, de balde y sin costo laboral alguno. Es la etapa en la que los aspirantes juegan a ser el ojo derecho de aquel que tiene la potestad de la designación. Nadie muestra en esos días –semanas o meses– malos ojos, ni siquiera los tuercen (los ojos). Creen valer un ojo de la cara…
Como llegué a la política (cargo público) cuando ya tenía un trabajo fijo, al que retorné una vez cumplido el mandato de rigor, me apena contemplar estos espectáculos tan grotescos. No comparto estas aspiraciones a estar bien situado en la línea de salida porque me parecen ambiciones puras y duras. Y es una lucha que no me agrada. Se devuelven favores que en nada guardan relación con valías. Los méritos quedan en un segundo plano, en meras circunstancias. Por lo que nos tropezamos con demasiadas ineptitudes aupadas a los sillones del poder. A los que se agarran como lapas al risco.
Deseo, por razones ideológicas y de total convencimiento, que este gobierno regional, que ayer inició su andadura, sepa navegar con rumbo fijo y vaya cumpliendo el objetivo de llevar a Canarias a unas posiciones de mayor igualdad entre los que habitamos estos peñascos atlánticos. Donde impere, como bien definió su presidente, la cercanía y el tender la mano a quien más lo necesita.
Pero, y también siento la obligación de escribirlo para que quede constancia, lamento profundamente la babosería y los postulados mendicantes de los que, y a los hechos me remito, no saben hacer otra cosa que progresar (si es que a tal hecho pudiera así denominarse; es que no quiero poner trepar) a costa del dinero público y tener como lema en la vida una avidez desmedida al parasitismo. Eso no es el socialismo de Pablo Iglesias. El tipógrafo, que no el acomodado del chalé.
Nos alegramos del fin de una etapa: la de Coalición Canaria. Y gritamos a los cuatro vientos que, por fin, la fase de la mamandurria y el enchufismo –¿o acaso tú no lo has leído y escuchado?– había finiquitado. Pusimos en solfa los múltiples casos de ocupación de puestos a dedo para satisfacer a los estómagos agradecidos.
Muchas veces, cuando se está en la oposición, se realizan planteamientos de máximos cuando el fuero interno va dictando la imposibilidad de su cumplimiento. Pero si se sacan a colación una vez ganadas unas elecciones, habrá ahora que demostrar a toda la población que no todos somos iguales. Algo que intuyo de dificultad extrema cuando atisbo el andar de ciertos arribistas. Por lo que, ojalá me equivoque, habremos pecado doblemente: por acción y por omisión.
Quedan muchos espacios por cubrir en los organigramas. Y en unos días, el Cabildo tinerfeño. No caigamos en la tentación. Amén.

Y un apunte final por si alguien ha podido sentirse aludido. Con uno solo que haya sufrido ligero escozor con la lectura de las líneas precedentes, estaría un servidor tristemente desilusionado. Aunque ello supusiese la ratificación de mi argumentario. Chacho, ¿tú no te diste de alta otra vez hace poco? Afiliado, sí; borrego, no. Y las vendas corrieron aventuras paralelas a las del pelo de la cabeza.

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