Obvio es que ignoro la composición del futuro gobierno de
Canarias. Así como de quién va a depender el ente radiotelevisivo. Pero desde
ya los diputados de Teobaldo Power bien podrían dedicar un par de días a
castigar –como he propuesto en más de una ocasión– la masa neuronal con la (super)visión
de los tres informativos: mañana, tarde y noche. Porque si este archipiélago se
sustenta en el cúmulo de juicios, atracos, violaciones, robos y otros
aditamentos de la crónica más negra que acontece en estos peñascos, nos
convendría cerrar el chiringuito y destinar ese sustancioso montante económico
en echar una mano a mucho necesitado que malvive en Las Afortunadas. Es más, me
pregunto, ¿echará una visual al contenido de mediodía el presentador de por la
noche?
Tengo la mala costumbre de echarme una siesta después de
comer. Y como dispongo de un televisor –ya sé que no debería, pero…– en la
habitación, peco irremisiblemente. La coincidencia de horarios (dos y media de la
tarde) me conduce a escuchar (ver menos porque con los ojos que se me cierran
con el paso de los minutos, ya me dirás) a Roberto González. Hasta que el
cuerpo dice que basta. Por la tarde, y una vez acabado el rosco de Telecinco,
vuelta al cabreo cotidiano cuando Paco Luis me espeta igual rollo que había
casi soñado en la sobremesa. La misma cabra muerta, idéntico atropello en la
autopista, robo del mismo número de kilos de aguacates… No sigo porque no debo
repetirme yo, si no quiero caer en el pecado que denuncio. Y es que todo se
pega, tú.
Es una auténtica vergüenza, estimados Ángel Víctor, Román
Rodríguez, Noemí Santana y Casimiro Curbelo. Amén de un despilfarro, con las
carencias que aún sufrimos en las islas. El ver a la reportera herreña al lado
de un fisco de piedra en la carretera de Sabinosa (y lo mismo fue en coche
distinto al cámara, como comprobé, no sin cierto estupor, un día en las afueras
del Hotel Tecina en La Gomera), cuando no en los aledaños de la gasolinera de Valverde
(pero lo mismo ocurre con las redactoras de las otras islas) me hace cuestionar
si informamos o convertimos en espectáculo (¿Clave de ja?) cualquier nimiedad
con el vano propósito, quizás, de seguir haciendo amigos noveleros. Así, periodista
hasta yo, rebenque de la platanera.
¿Me permiten dos notas más? Gracias. Protestas por el maltrato
a vacas y bueyes que en las romerías se someten a unas cargas sobresalientes en
calzadas de notable desnivel. No soy perito en el asunto. Pero comparo el hecho
con los concursos de arrastre, donde no vislumbro tantas quejas, y se me rompen
los esquemas.
Y la última: el baño de las cabras en el muelle portuense.
Aparte del tufo, ¿nada objeta la Sanidad de la mierda en el mismo lugar donde
la gente se baña al día siguiente? Tengo mis serias dudas de algunas supuestas
tradiciones, que más bien parecen esnobismos de nuevo cuño, porque los más
viejos del lugar nada recuerdan de aconteceres tales en años idos. ¿Por qué no
trasladan el ritual a Playa Jardín (donde cabe más gente) o al emblemático y
acogedor San Telmo? O ya puestos, al Lago Martínez (al decir de los peninsulares
de los viajes del Imserso), donde los foráneos deberán quedar encantados. En
todos los sentidos; el olfato también. Cuando hace tiempo vi a un señor
disfrazado de guanche y abrazando a los jugadores ‘godos’ del Tenerife en uno
de sus ascensos, perdí muchos enteros del conjunto de genes aborígenes.
Disfrutemos del fin de semana.
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