sábado, 6 de julio de 2019

El Caso

El Caso fue un semanario especializado en noticias de sucesos que se editó en Madrid entre 1952 y 1997. Y como ya uno es mayor, me acuerdo del mismo cada vez que me pongo a ver cualquier informativo de la televisión canaria. Pero que tampoco difiere demasiado de los de cualquier otro canal, que, mientras sea privado, haga lo que mejor crea conveniente. Pero las perras públicas son –deben ser– sagradas. Por lo que me duele enormemente el comprobar cómo se juega con el sudor de mis impuestos.
Obvio es que ignoro la composición del futuro gobierno de Canarias. Así como de quién va a depender el ente radiotelevisivo. Pero desde ya los diputados de Teobaldo Power bien podrían dedicar un par de días a castigar –como he propuesto en más de una ocasión– la masa neuronal con la (super)visión de los tres informativos: mañana, tarde y noche. Porque si este archipiélago se sustenta en el cúmulo de juicios, atracos, violaciones, robos y otros aditamentos de la crónica más negra que acontece en estos peñascos, nos convendría cerrar el chiringuito y destinar ese sustancioso montante económico en echar una mano a mucho necesitado que malvive en Las Afortunadas. Es más, me pregunto, ¿echará una visual al contenido de mediodía el presentador de por la noche?
Tengo la mala costumbre de echarme una siesta después de comer. Y como dispongo de un televisor –ya sé que no debería, pero…– en la habitación, peco irremisiblemente. La coincidencia de horarios (dos y media de la tarde) me conduce a escuchar (ver menos porque con los ojos que se me cierran con el paso de los minutos, ya me dirás) a Roberto González. Hasta que el cuerpo dice que basta. Por la tarde, y una vez acabado el rosco de Telecinco, vuelta al cabreo cotidiano cuando Paco Luis me espeta igual rollo que había casi soñado en la sobremesa. La misma cabra muerta, idéntico atropello en la autopista, robo del mismo número de kilos de aguacates… No sigo porque no debo repetirme yo, si no quiero caer en el pecado que denuncio. Y es que todo se pega, tú.
Es una auténtica vergüenza, estimados Ángel Víctor, Román Rodríguez, Noemí Santana y Casimiro Curbelo. Amén de un despilfarro, con las carencias que aún sufrimos en las islas. El ver a la reportera herreña al lado de un fisco de piedra en la carretera de Sabinosa (y lo mismo fue en coche distinto al cámara, como comprobé, no sin cierto estupor, un día en las afueras del Hotel Tecina en La Gomera), cuando no en los aledaños de la gasolinera de Valverde (pero lo mismo ocurre con las redactoras de las otras islas) me hace cuestionar si informamos o convertimos en espectáculo (¿Clave de ja?) cualquier nimiedad con el vano propósito, quizás, de seguir haciendo amigos noveleros. Así, periodista hasta yo, rebenque de la platanera.
¿Me permiten dos notas más? Gracias. Protestas por el maltrato a vacas y bueyes que en las romerías se someten a unas cargas sobresalientes en calzadas de notable desnivel. No soy perito en el asunto. Pero comparo el hecho con los concursos de arrastre, donde no vislumbro tantas quejas, y se me rompen los esquemas.
Y la última: el baño de las cabras en el muelle portuense. Aparte del tufo, ¿nada objeta la Sanidad de la mierda en el mismo lugar donde la gente se baña al día siguiente? Tengo mis serias dudas de algunas supuestas tradiciones, que más bien parecen esnobismos de nuevo cuño, porque los más viejos del lugar nada recuerdan de aconteceres tales en años idos. ¿Por qué no trasladan el ritual a Playa Jardín (donde cabe más gente) o al emblemático y acogedor San Telmo? O ya puestos, al Lago Martínez (al decir de los peninsulares de los viajes del Imserso), donde los foráneos deberán quedar encantados. En todos los sentidos; el olfato también. Cuando hace tiempo vi a un señor disfrazado de guanche y abrazando a los jugadores ‘godos’ del Tenerife en uno de sus ascensos, perdí muchos enteros del conjunto de genes aborígenes.
Disfrutemos del fin de semana.

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