Que hoy es domingo y debemos descansar. Pero tampoco creas
que constituyen los asuntos comentados una novedad, porque ya con anterioridad
hemos incidido en ellos, siquiera de soslayo, al desarrollar otros aspectos
informativos. Ambos guardan relación con festejos, de los que, por su generosa abundancia,
presumimos por estos lares. Algo que viene como anillo al dedo a los que les
encanta lucir palmito. Y como no acudo a esos eventos sociales, me remito a lo
publicado en redes sociales. Que es bastante, dados los intereses fotográficos
(y fotogénicos) desplegados.
Me he preguntado en bastantes ocasiones el porqué alguien
debe quitarse ropa, quedarse, muchas veces, en la mínima expresión y enseñar
cuanto más pueda de su anatomía, para demostrar que sabe cantar bien en un
escenario. No sé qué raro sortilegio provoca en las cuerdas vocales de quien
canta el hecho de acudir al evento ligero de equipaje. Hemos cambiado los
procedimientos e interesa más lo que entra por el sentido de la vista que por
el del oído. Con lo cual me están adulterando el espectáculo, porque yo voy, fundamentalmente,
a escuchar. Y los juegos de luces y otras artimañas visuales hacen que la
música quede relegada a un segundo plano. Y cuando salgo mareado del recinto,
ya ni me acuerdo de los estribillos. Tendré que preguntar a los entendidos para
que me lo expliquen con detenimiento, que uno es cortito y da para un sostenido
siempre y cuando sea capaz de echarle bemoles. Cuando me tropiece con Agomar,
ya tengo tema para el palique de rigor.
Y vamos con el segundo. De ahí la foto de marras. Que tiene
sus años. Porque no encontré la otra en la que estaba subido a una escalera
para entregarle el bastón corporativo (no me gusta eso de mando) a la Virgen del
Carmen. Deben ser del gran don Juan García Dumas. Don Antonio y don José (q.e.p.d.)
son –fueron– testigos del cumplimiento del acuerdo plenario que la nombraba
Alcaldesa Honoraria y Perpetua. Y no, precisamente, por iniciativa del
ayuntamiento, institución que se limitó a tramitar un expediente y ejecutar una
solicitud popular. El dosier figurará en el archivo, me imagino. Juro por mi
conciencia y honor (y ahí está también mi mujer para confirmarlo) que cuando me
fui para mi casa a quitarme el traje y la corbata –qué sufrimiento– la viajera
(el acto fue en la Iglesia de Santiago apóstol) se quedó con el regalo. Y en
aquella época no había protocolo ni nada parecido. Por lo que no entiendo el
hecho de que cada año –y ya van más de treinta– deba el alcalde de turno ir a
entregarle otro. ¿Los pierde? ¿Los venden? ¿Alguien los colecciona o siempre es
el mismo? Honradamente, y con todos los respetos hacia cualquier creencia
religiosa, este acto no tiene ya razón de ser. Porque que cada julio vaya la
primera autoridad municipal con la dichosa pantomima, ya está bien. Cuando el
protagonismo trasciende el hecho histórico y se aprovecha para lucir palmito
(reitero la expresión del primer párrafo), malo, malo y peor. Diera la
impresión de que es nombrada cada año para el cargo. Y hasta nos va a salir
rentable acudir cada miércoles a pedirle, en calidad de tal, que solvente, por
ejemplo, los problemas de tráfico que hay en el pueblo. O que le diga al de la
exhibición que haga el favor de menos boato y se ponga a trabajar de verdad.
Como no soy muy dado a presencias vanas e ignoro el concepto católico de pecado,
me temo que la alcaldesa se ponga seria un año de estos y mande firmes a más de uno ante tanta parafernalia. Y ya acabo, que iba a ser breve y siempre me acelero.
Pero es que me indigna todo tipo de intereses espurios, falsos, fingidos y
bastardos (que degeneran de su origen o naturaleza). Y este lo es. Vaya que sí.
Los responsables religiosos deberían poner coto, por su propia credibilidad, a
estos hechos. Cada esfera en su lugar. Como lo de la separación de poderes,
pero a otra escala.
Feliz domingo y no se indigesten con los churros.
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