Reconozco que a estas alturas de mi existencia he optado por
la disminución drástica de las actividades, o presencias, en eso que se viene a
denominar vida social. De la otra, que también comienza con ese, ya te podrás
imaginar, por si te pica la malsana curiosidad. A pesar de que la vida,
inexorable cuentadante, acaba por jodernos (con perdón) a todos, por lo que, me
temo, nadie se marcha virgen para el otro barrio. Quien no se consuela es
porque no quiere.
Anteayer, no obstante, hice el paréntesis que rompe la norma
y estuve en el acto de homenaje a un amigo de siempre. En La Carrera, en uno de
los costados (el del naciente) de la Plaza de las Panaderas, justo enfrente del
Pabellón de Deportes Basilio Labrador. Allí, tras las palabras de rigor, se
descubrió la placa que dejará constancia para siempre de que aquel peatonal
llevará el nombre de un formador de personas, más que entrenador de fútbol, que
inculcó los valores que engrandecen el deporte y que en más de una ocasión
echamos en falta en los tiempos actuales. Antonio Oliva Ávila –el hijo de este
canalero (finca de La Cruz) que ves en la foto (Pepe Oliva), quien junto a
Eliseo de León, el de la finca de Los Molleros, y mi padre (finca de Manuel
Hernández Suárez), formaron un magnífico tándem acuífero– fue digno merecedor
del sentido homenaje que se le brindaba en su pueblo, muy cerca de su barrio de origen, El Jardín.
Data la fotografía de los años cincuenta del pasado siglo.
Debe ser de 1957 o 1958. De cuando al canalero Jesús Perdigón (el Hernández
pasaba en muchas ocasiones al olvido) fue ascendido a encargado general de las
varias propiedades agrícolas (La Gorvorana, Los Frailes, El Lomo, La Longuera,
Tejina, San Miguel…) y se le dotó de este medio de transporte (TF-13.137),
hecho que constituyó todo un acontecimiento social y cada cual quiso retratarse
montado en el bicho (Derbi, 125 cc) en el patio de la Casona. Y Pepe Oliva no
quiso ser menos.
Plumas de más alto porte que la de un servidor ya glosaron
ayer, y son las redes sociales fieles testigos del acontecer, excelentes
crónicas de un hecho de más hondo calado que la mera rotulación de una placa. Líneas
que bien merece Antonio y que hacen justicia a una trayectoria ejemplar en el
mundo futbolístico, tan necesitado ahora, en momentos de mercadeos constantes,
de espejos en los que infantes y jóvenes puedan mirarse.
Permítanme que descienda a otros aspectos quizás más nimios.
Desconocía este juntador de letras que
Basilio era yerno del homenajeado. A veces pienso que estoy en el mundo por
falta de viento. Y me enteré unos minutos apenas antes de que su mujer leyera
unos muy sentidos párrafos para reforzar, o distender agradablemente, los
discursos oficiales (pienso, estimado alcalde, que nada cuesta, al contrario,
diría muy mucho del respeto institucional, que bien tú, o, en su defecto, en la
reseña del acuerdo plenario, se hubiese hecho mención de la autoría). En el que,
echando mano del plan B familiar, pudimos palpar que la bonhomía de Oliva ha
calado, y de qué manera, en cualquiera de los ámbitos. Cómo no iba a ser ello
así en el más cercano de sus allegados. Parece que el serrín de tu carpintería,
impregnado también de tu saber estar, se expandió mucho más allá de las cuatro
paredes y lo fuiste propagando a modo de polvillos mágicos. Y a fe que hicieron
efecto.
Esta vez, Basilio, no me preguntaste aquello de qué haces tú
aquí. Sabes que cuando convicciones personales chocan con la sagrada concepción
de la amistad –y bien cercano ya lo vivimos ambos tiempo atrás– se marginan las
opiniones, libres y respetables, por otros lazos invisibles, pero tan fuertes y
entrañables como el propio acontecer que hoy quiso ser protagonista en Desde La
Corona.
Y aun reconociendo que no es mi fuerte este tipo de
comentarios, es de justicia soslayar inconvenientes y dedicar unos minutos para
la glosa de rigor. Porque entrañables vínculos en el devenir histórico de unas
familias me demandaban el esfuerzo pertinente.
Gracias, Antonio (y tengan presente que el tuteo a alguien
mayor que yo viene signado por el profundo aprecio y el recuerdo de pasajes que
conforman ese poso que guardamos bien adentro) por tanto. Que dada la sencillez
que te caracteriza, diera la impresión que no es para tanto. Incluso me atrevo
a pensar que lo manifestaste en más de una ocasión cuando te viste envuelto en
el meollo. Pero nada más lejos de la realidad. Tu labor y tu entrega han marcado
improntas, huellas indelebles. Reitero mi enhorabuena y que sigamos viéndonos,
con la bolsa a la que todo jubilado indefectiblemente se le asocia, durante
muchísimo tiempo. Seguro que Juan y Fernando, o cualquier otro comercio del
pueblo, nos los van a agradecer. Felicidades nuevamente.
Excelente. A la altura del homenajeado. Y es que la sensibilidad y el conocimiento fortalecen los valores.
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