Avanzamos por este verano norteño y apanzaburrado, lentos
pero sin pausas, y no es que lleguen a la triste fama de las de Egipto –cuando
Moisés se empeñó en emigrar sin visado–, pero se suceden acontecimientos dignos
de mención. Y a falta de las clásicas serpientes (periodísticas), aunque en
Gran Canaria acabarán inundados como las ardillas en Maxorata, toman el relevo
las pulgas en los juzgados de Los Llanos de Aridane, las cucarachas en el
camposanto (con incursiones en el consistorio) de Arrecife y las ratas en un
puesto de la Guardia Civil de Las Palmas. Amén de otras en forma de sueldos en
todos las instituciones públicas. Asignación presupuestaria que jamás se agota
y que hace correr tupido velo a casi todas las promesas electorales.
Alegan los fumigadores que fue a declarar cierto paisano al
juzgado palmero antes mencionado y no debió acudir nuestro hombre lo suficientemente
aseado, porque, al decir de los entendidos, fue el causante de la propagación
de los sifonápteros. Y ahora los insectos hematófagos campan a sus anchas por
expedientes y sumarios. Y me pregunto yo si nadie de los que pidió la
documentación al susodicho antes de acceder a la sala donde debía alegar cuanto
estimase oportuno, se percató de que la higiene no era su fuerte. A tenor de
las noticias que nos trasladan los medios de comunicación, no debía llevar
encima una o dos pulgas, sino que le tenían que estar saltando de las orejas.
De confirmarse las conjeturas, menudo guarro. Ha infestado hasta los
ordenadores. Si debe declararse culpable por cualquier desliz nada higiénico,
un buen fregado con manguera de agua jabonosa a presión podría ser sentencia
ejemplar. Se me ocurre, pues enviarlo a la cárcel equivaldría a soltar toda la
población reclusa. Te juro que ya me está picando. Qué necesidad.
En la capital conejera fueron blatodeos los insectos
invasores. Estos aplanados hemimetábolos, o paurometábolos, asaltaron el
cementerio para sus batallitas. Y tantas de las suyas hicieron que el
ayuntamiento tomó la drástica decisión de clausurar el recinto (me imagino que
habrá dictado un bando la alcaldesa prohibiendo los decesos durante el tiempo
de la limpieza) para la desinfección pertinente. Pero es que las osadas
cucarachas también se fueron de paseo hasta el propio edificio consistorial.
Donde el desalojo fue mucho más placentero. Mientras en la necrópolis hubo
mayor resistencia por parte de los allí alojados, en la sede de la institución
local no hubo reparo alguno y salieron todos los residentes con una enorme alegría
en el cuerpo. Ese día desayunaron unas quinientas veces. A la salud de los
bichos, claro.
En una de las dos capitales de esta Autonomía, Las Palmas de
Gran Canaria, fueron unos roedores miomorfos, de la familia Muridae, y cuya
característica principal es que la hembra es activa sexualmente con solo cinco
semanas de vida y capaz de gestar hasta más de veinte individuos tras un coito
de apenas dos segundos (ni Pancho López, tú). Tuvieron la osadía de
introducirse en un cuartel de la Guardia Civil y fueron, cómo no, noticia de portada
en los (des)informativos de la tele canaria. En las declaraciones de uno de los
miembros de la Benemérita eché en falta el arrojo que se les presupone y me dio
la impresión de que si no se subieron a una silla –como haría yo– fue un
auténtico milagro.
Yo creo que en el caso de las cucarachas conejeras influyó mucho
el hecho de que el ayuntamiento de Arrecife abrirá por las tardes durante estos
meses de verano. Como las mismas se están volviendo invencibles, pues se han
hecho resistentes a los insecticidas, puede que hayan sabido de aquel paisano
que acudió cierta tarde a consultar algo al edificio consistorial y viéndolo
cerrado preguntó a un policía que pasaba por allí: Oiga, ¿aquí no trabajan por
la tarde? A lo que el guindilla contestó: No, por la tarde no abren, cuando no
trabajan es por la mañana.
De otros animales comentaremos algo en días venideros. Llevo
días dándole vuelta a la cabeza sobre los aspectos sanitarios del baño de las
cabras en el muelle portuense. Deberían alternarse con San Telmo y Playa
Jardín. Me asaltan las dudas acerca de tan curiosa ¿tradición?
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