Aunque bien pude titular el presente sin interrogación
alguna, el hecho de colocarlas se debe a que me asalta la duda de si realmente
los son –con o sin titulación, que luego se dirá– aquellos cuyos códigos
deontológicos se deben demasiado. O quizás vaya excesivamente lejos al
presuponer que piensan que deontología significa lo que significa y no tratado
de los dientes.
Tomo dos pinceladas que el amigo Salvador García comentó en
día pasados. De una parte, el acuerdo de la Federación de Asociaciones de
Periodistas de España (FAPE) por el que suprimió la disposición adicional de
sus estatutos, que contemplaba la posibilidad de que fueran socios aquellos
profesionales que, aun sin estar en posesión de la titulación específica,
ejercían el periodismo de forma continuada y como principal medio de vida. Así,
a partir de ahora solo se expedirá el carné a los periodistas titulados.
A fe que no lo tengo claro. Porque de todo hay en la viña de
siño aquel. Aunque en algún momento había que coger el toro por los cuernos y
decir que hasta aquí hemos llegado. Las excepciones se van poniendo viejas y
las nuevas generaciones deberán acceder en otras condiciones. Cambian las
circunstancias y se antoja que la preparación académica debe ser condición sine qua non. Como en cualquier otra
especialidad.
Pero, y vamos con la segunda cuestión, si al intrusismo le
añadimos la falta de ética en determinados advenedizos, personajes que denigran
la sacrosanta misión de informar, nos tropezamos con bombas de relojería que
manchan un sector al que, desgraciadamente, se le suman otros factores que
hacen patente un futuro más negro que los sobacos de un grillo.
La Federación Internacional de Periodistas, en su 30º
Congreso, celebrado en Túnez, ha redactado una nueva Carta Mundial de Ética
para Periodistas, que viene a ser la actualización de la Declaración de
Principios sobre la Conducta de los Periodistas (la conocida como Declaración
de Burdeos, 1954). Y que nos recuerda que la base de la misión de un periodista
debe ser, ineludiblemente, el artículo 19 de la Declaración Universal de
Derechos Humanos: tener acceso a la información y a las ideas. Y el deber
primordial consiste en respetar la verdad de los hechos. Que es mero
recordatorio de que por mucha libertad que exista en la emisión de juicios de
opinión, los hechos son sagrados.
Como hemos caído con pasmosa facilidad en la liviandad y
superficialidad más obscenas, la máxima de beber en todas las fuentes es papel
mojado para aquellos que la falta de escrúpulos parece ser la norma de conducta
al uso. Sobre todo en ese grupo de intrusos que se parapetan tras un micrófono
en cualquier medio, o cuarto, audiovisual para soltar lo que no está escrito. Y
cuando cuentan con la aquiescencia de jefes o representantes por mor de
audiencias, aviados vamos. Porque no debemos obviar que a los receptores les
encanta, asimismo, nadar en lodazales. Es una retroalimentación en toda regla.
Cuando leo el artículo 8 de la precitada Carta Mundial: El
periodista respetará la privacidad de las personas; o el 9: El periodista
velará por que la difusión de información no contribuya al odio o a los
prejuicios; o el 10: El periodista deberá considerar como faltas profesionales
graves el plagio, la distorsión mal intencionada, la calumnia, la maledicencia,
la difamación y las acusaciones sin fundamento, y miro a mi alrededor –porque
no es necesario sintonizar Telecinco, Trece u otras de similar catadura– me dan ganas de acudir a un
ayuntamiento (o a varios, que hay más de uno, que sostienen con fondos públicos
algo tan serio como un precepto constitucional) y colgar en el tablón de
anuncios unas brevísimas indicaciones. Con unas líneas en blanco al final para
que cierto responsable me señale qué entiende por profesional –a los que se
debe dejar trabajar porque son los que saben de esto, según cantinela que se
aprendió hace años y repite cual cotorra entrenada– si no es mucho pedir como
ciudadano que exijo el uso adecuado de los impuestos con los que nutrimos servicios.
En otros ámbitos, que la fiscalía mueva el culo. El
particular de los tertulianos, para otra. Que nadie se arrogue el derecho al insulto. Mientras a
mí no me toque, escuché el otro día en un bar. Fin del 588 del blog y 190 de
este año.
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