martes, 9 de julio de 2019

¿Periodistas? sin ética

Aunque bien pude titular el presente sin interrogación alguna, el hecho de colocarlas se debe a que me asalta la duda de si realmente los son –con o sin titulación, que luego se dirá– aquellos cuyos códigos deontológicos se deben demasiado. O quizás vaya excesivamente lejos al presuponer que piensan que deontología significa lo que significa y no tratado de los dientes.
Tomo dos pinceladas que el amigo Salvador García comentó en día pasados. De una parte, el acuerdo de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) por el que suprimió la disposición adicional de sus estatutos, que contemplaba la posibilidad de que fueran socios aquellos profesionales que, aun sin estar en posesión de la titulación específica, ejercían el periodismo de forma continuada y como principal medio de vida. Así, a partir de ahora solo se expedirá el carné a los periodistas titulados.
A fe que no lo tengo claro. Porque de todo hay en la viña de siño aquel. Aunque en algún momento había que coger el toro por los cuernos y decir que hasta aquí hemos llegado. Las excepciones se van poniendo viejas y las nuevas generaciones deberán acceder en otras condiciones. Cambian las circunstancias y se antoja que la preparación académica debe ser condición sine qua non. Como en cualquier otra especialidad.
Pero, y vamos con la segunda cuestión, si al intrusismo le añadimos la falta de ética en determinados advenedizos, personajes que denigran la sacrosanta misión de informar, nos tropezamos con bombas de relojería que manchan un sector al que, desgraciadamente, se le suman otros factores que hacen patente un futuro más negro que los sobacos de un grillo.
La Federación Internacional de Periodistas, en su 30º Congreso, celebrado en Túnez, ha redactado una nueva Carta Mundial de Ética para Periodistas, que viene a ser la actualización de la Declaración de Principios sobre la Conducta de los Periodistas (la conocida como Declaración de Burdeos, 1954). Y que nos recuerda que la base de la misión de un periodista debe ser, ineludiblemente, el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: tener acceso a la información y a las ideas. Y el deber primordial consiste en respetar la verdad de los hechos. Que es mero recordatorio de que por mucha libertad que exista en la emisión de juicios de opinión, los hechos son sagrados.
Como hemos caído con pasmosa facilidad en la liviandad y superficialidad más obscenas, la máxima de beber en todas las fuentes es papel mojado para aquellos que la falta de escrúpulos parece ser la norma de conducta al uso. Sobre todo en ese grupo de intrusos que se parapetan tras un micrófono en cualquier medio, o cuarto, audiovisual para soltar lo que no está escrito. Y cuando cuentan con la aquiescencia de jefes o representantes por mor de audiencias, aviados vamos. Porque no debemos obviar que a los receptores les encanta, asimismo, nadar en lodazales. Es una retroalimentación en toda regla.
Cuando leo el artículo 8 de la precitada Carta Mundial: El periodista respetará la privacidad de las personas; o el 9: El periodista velará por que la difusión de información no contribuya al odio o a los prejuicios; o el 10: El periodista deberá considerar como faltas profesionales graves el plagio, la distorsión mal intencionada, la calumnia, la maledicencia, la difamación y las acusaciones sin fundamento, y miro a mi alrededor –porque no es necesario sintonizar Telecinco, Trece u otras de similar catadura– me dan ganas de acudir a un ayuntamiento (o a varios, que hay más de uno, que sostienen con fondos públicos algo tan serio como un precepto constitucional) y colgar en el tablón de anuncios unas brevísimas indicaciones. Con unas líneas en blanco al final para que cierto responsable me señale qué entiende por profesional –a los que se debe dejar trabajar porque son los que saben de esto, según cantinela que se aprendió hace años y repite cual cotorra entrenada– si no es mucho pedir como ciudadano que exijo el uso adecuado de los impuestos con los que nutrimos servicios.
En otros ámbitos, que la fiscalía mueva el culo. El particular de los tertulianos, para otra. Que nadie  se arrogue el derecho al insulto. Mientras a mí no me toque, escuché el otro día en un bar. Fin del 588 del blog y 190 de este año.

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