Tomo la fotografía del comunicado oficial del ayuntamiento
realejero en el que se indicaba la avería del sistema hidráulico de un camión
destinado a la recogida de residuos sólidos en la zona de Los Barros. Hecho que
produjo un vertido en la madrugada del pasado lunes, lo que provocó, asimismo,
el corte de la citada vía.
Tras el remojo pertinente en la piscina municipal (voy
lunes, miércoles y viernes), me fui a caminar a eso de las nueve de la mañana.
Como este pueblo es muy pendiente y uno ya tiene cierta edad, suelo aparcar el
coche por la zona del incidente y me voy hasta La Vera, San Jerónimo o San
Nicolás, según me dé, o según me dicte la pata derecha.
Aprovecho la ocasión para hacer otro llamamiento a los
consistorios villero y portuense, porque los alrededores de la Plaza Entre
Pueblos –la de la mano y las gallinas– y la zona del Barranco de Tafuriaste,
Lidl e Hiperdino están de pena. Requieren una limpieza en profundidad. Los
plásticos nos comen. Algunos, incluso, en forma de preservativos.
A lo que iba. Me desviaron por la calle Ruiz Andión (La
Carrera de toda la vida) y menos mal que ya había ingerido las pastillas de la
tensión. Fuerte calvario para llegar al Pabellón. Claro, si a los percances
unimos la escasez de agentes policiales, te podrás imaginar. Aparqué cerca de
Juan y Fernando. Más allá del bar donde desayuna media plantilla municipal. Hoy
voy, por lo plasmado hasta aquí, de campaña publicitaria.
Retrocedí –caminando, por supuesto– y pude ver durante un
rato todo el operativo desplegado. Demasiado, a mi escaso entender, para el
fisco de líquido derramado. Pero el tráfico por Los Cuartos y las colas en los
accesos a la rotonda de Alteza, de vídeo para colgar en las redes sociales.
Pero yo no uso móvil.
Como el asesor encargado de pasarte los nombres de los que
osamos discrepar de tus procederes, estimado alcalde, te dará norte de lo
publicado hoy en Desde La Corona, sé que me vas a espetar que los imprevistos
son contratiempos inesperados, y que, por lo tanto, ajo y agua. Vale. Pero
demasiados van ya en el tramo comprendido entre las gasolineras y la
confluencia con la bajada de Los Cuartos. Ese en el que te empeñaste en ubicar
una linda mediana para recrearte con el centenar de macetas con flores –sí, el
de las farolas estilo Mazinger Z–, pero donde la operatividad en caso de
cualquier emergencia constituye toda una odisea. Son los inconvenientes que
debemos sufrir los que hacemos pueblo viviendo en él. Tú, como estás más fuera,
a lo peor ni te enteras. No creo que a nadie de tu grupo se le ocurra contar
algo al respecto. No sea que se remueva la silla.
Como juego con la ventaja de la edad, sé que guardas otra
carta bajo la manga: La herencia recibida. Elegante disculpa para cargar con
todos aquellos que te precedieron. Olvidando que si acabas este mandato, serán
veinte los años que llevas en el edificio de la Avenida de Canarias. De ellos, dieciséis
en equipos de gobierno. Por lo que te resultará complicado escudarte en que no
has tenido suficiente tiempo para planificar las entradas y salidas del pueblo.
Como vuelas en parapente hasta la santacrucera Plaza de España…
Ya no valen disculpas, Manolo. La tramitación del PGOU no es achacable a los
agentes externos que siempre hallas como excusa, sino a la ineptidud y desidia
de quienes rigen los destinos municipales. Y eso que tus mayorías absolutas te
permiten liberar a todos los concejales. ¿Para qué? ¿De qué nos ha servido el
tener a uno al frente del área de urbanismo si en este aspecto no se ha movido
una piedra?
Qué desastre, Manolo. Mientras tú piensas escaquearte en el
Parlamento y muñes para colocarte como jefe orgánico de todas las gaviotas –¿o eran
charranes?– canarias, los realejeros que aquí seguimos empadronados nos las
vemos y deseamos para movernos, incluso cuando no hay imprevistos. Pero
reconozco que gozas con la tremenda ventaja de que la inmensa mayoría de
electores también debió estudiar Marketing en la Escuela Superior de Management
y Master MBA por la Universidad de Wyoming. Aunque sea por correspondencia y
sin validez oficial en la titulación. Pero el encuadernado queda de maravilla.
Mientras, el problema del tráfico se lo encomendaremos a la abadesa Cunegunda,
cuyo santoral celebramos hoy. Y, a lo mejor, sin dedicación exclusiva.
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